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viernes, 22 de abril de 2011

Historia Del Marxismo



este es el material dedicado a Carlos Marx, se van a utilizar dos textos de referencia, de los que se seleccionarán las lecturas a trabajar en el ciclo.




viernes, 8 de abril de 2011

Emile Durkheim (1858-1917).


Emile Durkheim (1858-1917).
Aunque para Durkheim, como para Comte, la Ilustración constituyó una influencia negativa, en ambos casos tuvo efectos positivos sobre su obra (por ejemplo, el interés por la ciencia y el reformismo social). Sin embargo, a Durkheim se le considera más propiamente el heredero de la tradición conservadora, especialmente tal y como se manifestaba en la obra de Comte. Pero mientras Comte se mantuvo apartado de los círculos académicos, Durkheim legitimó la sociología en Francia y su obra se convirtió en una fuerza dominante en el desarrollo de la sociología en general, y de la teoría sociológica en particular.
Durkheim era políticamente liberal, pero intelectualmente adoptó una postura más conservadora. Al igual que Comte y los contrarrevolucionarios católicos, Durkheim temía y odiaba el desorden social.
El móvil fundamental de su obra fueron los desórdenes que produjeron los cambios sociales  generales analizados en la revolución social de Francia, así como otros muchos (como los conflictos laborales, el derrocamiento de la clase dominante, la discordia entre la iglesia y el estado y el nacimiento del antisemitismo político) más específicos de la Francia de Durkheim (Karady, 1983).
De hecho, gran parte de su obra está dedicada al estudio del orden social. Su opinión era que los desórdenes sociales no constituían una parte necesaria del mundo moderno y podían  solucionarse mediante la introducción de reformas sociales. Mientras que Marx pensaba que los problemas del mundo moderno eran inherentes a la sociedad, Durkheim (junto con la mayoría de los teóricos clásicos) disentía de aquél. Por lo tanto, las ideas de Marx sobre la necesidad de la  revolución social se oponían radicalmente con las del reformismo de Durkheim y otros. A medida que la teoría sociológica clásica se desarrollaba, lo que predominaba en ella era el interés durkheimiano por el orden y la reforma, mientras se eclipsaba la postura marxiana.
En dos libros publicados a finales del siglo XIX, Durkheim desarrolló una concepción distintiva del objeto de estudio de la sociología y pasó a su verificación en un estudio empírico.
En Las reglas del método sociológico (1895), Durkheim argüía que la tarea especial de la sociología era el estudio de lo que él denominaba hechos sociales. Concebía los hechos sociales como fuerzas (Takla y Pope, 1985) y estructuras externas al individuo y coercitivas.
El estudio de estas estructuras y fuerzas -por ejemplo, el derecho institucionalizado y las creencias morales compartidas- y su efecto en las personas se convirtió en la preocupación de muchos teóricos de la sociología posteriores (de Parsons, por ejemplo).
Durkheim no se contentó simplemente con definir el objeto de estudio de la sociología; quería también demostrar la utilidad de ese enfoque mediante la investigación sociológica. Escogió como tema el suicidio. En un libro titulado El suicidio (1897).
Durkheim  razonaba que si se podía vincular un comportamiento individual como el suicidio con causas sociales (hechos sociales), ello supondría una prueba irrefutable de la importancia de la disciplina de la sociología.
Ahora bien, Durkheim no examinó por qué el individuo A o B se suicidaba; más bien se interesaba por las causas de las diferencias entre las tasas de suicidio de diferentes grupos, regiones, países y categorías de personas (por ejemplo, casados y solteros). Su argumento principal era que la naturaleza y los cambios de los hechos sociales explicaban las diferencias entre las tasas de suicidio.
Por ejemplo, la guerra o la depresión económica creaban probablemente un estado depresivo colectivo que, a su vez, elevaba las tasas de suicidio. Hay mucho más que decir sobre esta cuestión, pero lo que más nos interesa es el hecho de que Durkheim desarrollara una perspectiva distintiva de la sociología y se afanara por demostrar su utilidad en el estudio científico del suicidio.
En Las reglas del método sociológico, Durkheim distinguía entre dos tipos de hechos sociales: los materiales y los no materiales. Aunque analizó ambos tipos a lo largo de su obra, se centró más en los hechos sociales no materiales (por ejemplo, la cultura y las instituciones sociales) que en los hechos sociales materiales (por ejemplo, la burocracia y el derecho).
Su interés por los hechos sociales no materiales quedó manifiesto en su primera gran obra, La división del trabajo social (1893). Este trabajo se ocupaba del análisis comparado de aquello que mantenía unidas a las sociedades primitivas y modernas.  Concluía que las sociedades primitivas se mantenían unidas fundamentalmente a través de hechos sociales no materiales, específicamente mediante una fuerte moral común o lo que él denominaba una “conciencia colectiva” intensa.
Sin embargo, debido a la complejidad de la sociedad moderna, se había producido un descenso en la intensidad de esa conciencia colectiva. El lazo fundamental de unión del mundo moderno era la intrincada división del trabajo que unía unas personas a otras mediante relaciones de dependencia.
Sin embargo, Durkheim percibió que la división moderna del trabajo producía diversas “patologías”; en otras palabras, era un método inadecuado para mantener a la sociedad unida. Conforme a su sociología conservadora, Durkheim no creía en la necesidad de la revolución para resolver estos problemas, y sugirió una diversidad de reformas que podían “arreglar” el sistema moderno y mantenerlo en funcionamiento. Aunque reconocía que era imposible regresar a los tiempos en los que predominaba una poderosa conciencia colectiva, creía que se podía reforzar la moral común en la sociedad moderna para ayudar a las personas a hacer frente a las patologías que experimentaban.
En sus últimas obras los hechos no materiales ocupan una posición más importante si cabe. De hecho, en su última gran obra -Las formas elementales de la vida religiosa (1912)- se embarcó en el análisis de la que tal vez sea la forma más esencial de un hecho no material: la religión.
En esa obra Durkheim examina la sociedad primitiva con el fin de encontrar las raíces de la religión. Creía más fácil encontrar esas raíces en la sociedad primitiva, más simple en términos comparados, que en el complejo mundo moderno.
Llegó a la conclusión de que la fuente de la religión era la sociedad per se. La sociedad era la que definía ciertas cosas como religiosas y otras como profanas.   Específicamente, en el caso que estudió, el clan era la fuente de un tipo primitivo de religión, el totemismo, en el que se deificaba a plantas y animales. A su vez, el totemismo era considerado como un tipo específico de hecho social no material, una forma de conciencia colectiva. Al final, Durkheim llegó a manifestar que la sociedad y la religión eran fenómenos indistintos.
La religión era el modo en que la sociedad se expresaba a sí misma bajo la forma de un hecho social no material. En cierto sentido, pues, Durkheim deificó la sociedad y sus principales productos. Evidentemente, al deificar la sociedad, Durkheim había adoptado una postura altamente conservadora: nadie debería querer trastocar una deidad o su fuente societal. Como identificaba la sociedad con Dios, Durkheim desaconsejaba la revolución social. Al contrario, era un reformador social dedicado a buscar la manera de mejorar el funcionamiento de la sociedad. En estos y otros sentidos, Durkheim se alineaba claramente con la sociología conservadora francesa. El hecho de evitar muchos de sus excesos le convirtió en la figura más importante de la sociología francesa.
Estos libros y otras importantes obras contribuyeron a la constitución de un campo distintivo, propio de la sociología, en el mundo académico de la Francia de principios de siglo, a la vez que situaron a Durkheim a la cabeza del desarrollo de ese campo. En 1898 Durkheim fundó una revista especializada dedicada a la sociología, L'année sociologique (Besnard, 1983 b). Esta revista se  convirtió en una fuerza muy influyente para el desarrollo y la difusión de las ideas sociológicas. El objetivo de Durkheim era impulsar el desarrollo de la sociología, por lo que utilizó su revista como un punto focal para el desarrollo de un grupo de discípulos. Estos extenderían sus ideas y las aplicarían a otras áreas y al estudio de otros aspectos del mundo social (por ejemplo, la sociología del derecho y la sociología de la ciudad) (Besnard, 1983a:1). Hacia 1910, Durkheim había logrado hacer de Francia un poderoso centro de la sociología, y en esta nación encontramos los orígenes de la institucionalización académica de la sociología. (Para el análisis de desarrollos más recientes en la sociología francesa, véase Lemert [1981]).



Herbert Spencer (1820-1903).
Para comprender las ideas de Spencer resulta útil compararlas y contrastarlas con la teoría comtiana. A Spencer se le suele estudiar junto a Comte debido a la influencia que ambos ejercieron en el desarrollo de la teoría sociológica, pero existen importantes diferencias entre ambos. Por ejemplo, es menos fácil calificar a Spencer de conservador que a Comte. De hecho, Spencer fue en su juventud políticamente liberal y durante toda su vida mantuvo algunas posiciones liberales. Sin embargo, también es cierto que con los años Spencer se hizo más conservador y que, como en el caso de Comte, su influencia básica era conservadora.
Una de sus posturas liberales, que coexistió no sin dificultad con su conservadurismo, era su aceptación de la doctrina del laissez-faire: pensaba que el estado no debía intervenir en los asuntos individuales, excepto en el caso de la muy pasiva función de la protección de las personas. Esto significaba que Spencer, a diferencia de Comte, no sentía interés por las reformas sociales; su deseo era que la vida social se desarrollara libre de todo control externo.
Esta diferencia hace que Spencer sea considerado un darwinista social (G. Jones, 1980). Como tal, sostenía la idea que el mundo mejoraba progresivamente. Por lo tanto, se le podía dejar que marchase por sí solo; una interferencia externa sólo podía empeorar la situación.
Spencer adoptó la idea de que las instituciones sociales, como las plantas y los animales, se adaptaban progresiva y positivamente a su entorno social. También aceptaba la creencia darwiniana de que el proceso de la selección natural de la “supervivencia del más apto” también se producía en el mundo social. (Es interesante saber que fue Spencer quien acuñó esta frase varios años antes de la aparición de la obra de Darwin sobre la selección natural). Es decir, libres de una intervención externa, las personas «aptas» podrían sobrevivir y multiplicarse mientras que los “no aptos” tenderían a extinguirse. Otra diferencia es que Spencer hacía hincapié en el individuo mientras Comte se centraba en unidades mayores como la familia.
Aunque existen importantes diferencias entre Comte y Spencer, las orientaciones que compartían o, al menos, la similar manera en que fueron interpretadas, demostraron siempre ser más importantes que sus diferencias para el desarrollo de la teoría sociológica.
Comte y Spencer compartían con Durkheim y otros el compromiso  con una ciencia de la sociología, una perspectiva harto atractiva para los primeros teóricos. Otra influencia de la obra de Spencer, compartida tanto por Comte como por Durkheim, era su tendencia a pensar la sociedad como un organismo: Spencer se inspiró en la biología para dar forma a su perspectiva y a sus conceptos. Le interesaba la estructura general de la sociedad, la interrelación entre las partes de la sociedad, y las funciones que cada parte cumplía para las demás y para el sistema en su conjunto.
Y lo que es más importante, Spencer y Comte compartían una concepción evolucionista del desarrollo histórico, a pesar de que Spencer criticara la teoría de la evolución de Comte aduciendo varias razones. Rechazaba, específicamente, la ley de los tres estadios de Comte. Pensaba que Comte se había conformado con analizar la evolución en el reino de las ideas, en términos de su desarrollo intelectual. Spencer, sin embargo, se esforzó por desarrollar una teoría de la evolución del mundo real y material.
Aunque se reconoce a Spencer como un teórico de la evolución, su teoría es altamente compleja, adopta variadas formas, y a menudo es poco clara y ambigua (Haines, 1988; Perrin, I976). No obstante, es posible identificar al menos dos grandes perspectivas de la evolución en la obra de Spencer.
La primera de estas teorías hace referencia principalmente al tamaño creciente de la sociedad. La sociedad crece debido tanto a la multiplicación de los individuos como a la unión de los grupos (composición). El aumento del tamaño de la sociedad supone el crecimiento de las estructuras sociales y su mayor diferenciación, así como también el aumento de la diferenciación entre las funciones que realizan. Además del aumento del tamaño, las sociedades evolucionan a través de la composición, es decir mediante la unificación de más y más grupos adyacentes. Así, Spencer habla de un movimiento evolucionista desde las sociedades más simples a las compuestas, las doblemente compuestas, y las triplemente compuestas.
Spencer también nos ofrece una teoría de la evolución desde las sociedades militares a las sociedades industriales. Las sociedades militares, más antiguas, se caracterizaban por estar estructuradas para afrontar un estado de guerra ofensivo y defensivo.
Aunque Spencer contemplaba con ojos críticos el estado de guerra, pensaba que, en un primer estadio, era funcional para mantener unidas las sociedades (a través, por ejemplo, de la conquista militar) y crear los grandes agregados de personas que requería el desarrollo de la sociedad industrial.
Sin embargo, con el nacimiento de la sociedad industrial, ese estado de guerra deja de ser funcional e impide el avance del proceso de evolución. La sociedad industrial se basa en la amistad, el altruismo, la especialización, en el reconocimiento de los logros de las personas y no de sus características innatas, y en la cooperación voluntaria entre individuos altamente disciplinados. Esta sociedad se mantiene unida mediante relaciones contractuales voluntarias y, lo que resulta más importante aún, mediante una fuerte moral común. El papel del gobierno se limita a lo que las personas no deben hacer.
Obviamente, las modernas sociedades industriales tienen menos propensión a la guerra que sus predecesoras militares. Aunque Spencer afirma que existe una evolución general en la dirección que llevan las sociedades industriales, también reconoce que es posible que haya regresiones periódicas hacia el estado de guerra y las sociedades más militares.
En sus escritos sobre ética y politica Spencer nos ofrece otras ideas sobre la evolución de la sociedad. Por una parte, considera que la sociedad progresa hacia un estado moral ideal o perfecto. Por otra, manifiesta que las  sociedades más aptas sobrevivirán mientras se dejará morir a las sociedades no aptas. El resultado de este proceso es un aumento progresivo de la adaptación al mundo en su conjunto.
Así, Spencer ofreció un conjunto rico y variado de ideas sobre la evolución social. Como veremos, al principio sus ideas disfrutaron de un gran éxito, más tarde fueron rechazadas durante años, y recientemente han vuelto a ser aceptadas con el nacimiento de las nuevas teorías sociológicas de la evolución (Buttel, 1990).
La reacción contra Spencer en Gran Bretaña. A pesar de su énfasis en el individuo, Spencer fue más famoso por su gran teoría de la evolución social. Con ella se enfrentaba a la sociología que le había precedido en Gran Bretaña. Sin embargo, la reacción contra Spencer se basaba más en la amenaza que planteaba su idea de la supervivencia del más. Aunque más tarde Spencer repudió algunas de sus ideas más ofensivas, se reafirmó en su filosofía de la  supervivencia del más apto y se mantuvo en contra de la intervención del gobierno y la reforma social. Así se expresaba:
Promover la haraganería a expensas del bien constituye una crueldad extrema. Supone un fomento deliberado de la miseria para las futuras generaciones. No hay mayor azote para la posteridad que legarles una población cada vez mayor de imbéciles, ociosos y criminales... La naturaleza se esfuerza enormemente por hacerles desaparecer, por limpiar de ellos el mundo, y por dejar espacio para los mejores... Si no son suficientemente capaces de vivir, mueren, y es mejor que así sea. (Spencer, citado en Abrams, 1968: 74)
Estos sentimientos se oponían claramente a la orientación de los sociólogos-reformadores británicos.

Esbozo Historico de la Sociologia


Historia Europea
El despotismo ilustrado
 Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la ilustración se alió con el absolutismo. Inspirados por los filósofos, monarcas absolutos como Federico II el Grande de Prusia, José II de Austria y Catalina II de Rusia, se modelaron a sí mismos en el ideal del rey filósofo e intentaron, con distintos niveles de éxito, utilizar el poder al servicio del bien común. A pesar de su sinceridad, su mayor éxito fue radicalizar aún más el absolutismo. Bajo su mando, el particularismo político continuó su retirada ante el avance de la uniformidad legal a través de los códigos de leyes y las regulaciones administrativas y burocráticas. Efectivamente, hubo un resurgir aristocrático durante el siglo, pero los aristócratas debían su nueva vitalidad a su obligación de servir al Estado. En resumen, bajo los monarcas absolutos ilustrados la centralización del poder se desarrolló rápidamente; en un auténtico esfuerzo por mejorar el bienestar de sus súbditos, los déspotas ilustrados introdujeron aún más el poder del Estado en la existencia diaria. En España, bajo Carlos III florecieron las artes y las letras amparados por gobiernos dirigidos por políticos excelentes, como el conde de Aranda, el conde de Campomanes, Gaspar Melchor de Jovellanos y el conde de Floridablanca, amigos y seguidores de los ilustrados franceses y de los nuevos ideólogos ingleses.

La era de las revoluciones
Hacia finales del siglo XVIII la concentración de poder en manos del monarca comenzó a ser desafiada. La rebelión europea contra el absolutismo se intensificó con el éxito de la guerra de la Independencia estadounidense y la creación de los Estados Unidos y por el auge de la burguesía inglesa, el cual coincidió con la Revolución Industrial. Esta rebelión cristalizó por primera vez en Francia, en 1789, y desde allí se extendió por todo el continente durante el siglo siguiente.

Primera etapa de la revolución industrial (1760-1860)
Esta primera etapa se caracteriza por constituirse en un proceso de transformación económico, social y tecnológico que cambió definitivamente el sistema feudal europeo y dio origen a un nuevo régimen social de producción fabril a gran escala, como consecuencia de la innovación tecnológica y la división social del trabajo. Esta primera etapa se basó en la manufactura.
Durante esta primera etapa la revolución industrial tuvo como eje a Inglaterra (monopolio); en torno a ella se edificó toda la economía mundial lo que le permitió alcanzar temporalmente mucha influencia y poder.

Origen de la primera revolución industrial
A).-Las nuevas ideas que favorecían la iniciativa empresarial mediante la libre competencia expresada en las teorías planteadas por el liberalismo económico. La participación del Estado queda reducida a garantizas la competencia entre empresas.
B).-El desarrollo de los elementos técnicos y científicos para iniciar la producción en serie. Ejemplo: máquina de vapor (XVIII) (Aplicación de la fuerza motriz a la industria)
C).-El comercio internacional se liberaliza y especializa; algunos países producen bienes industriales y otros materias primas y alimentos, esto es inevitable (Mecanización de la agricultura y la industria)
A partir de esas condiciones se inicia el desarrollo industrial que se caracterizó por la existencia de un sector líder, la industria de textiles de algodón. En esta etapa se desarrolla una nueva clase social; el proletariado, formada por aquellos hombres que venden su fuerza de trabajo en las fábricas e industrias a cambio de un salario que les permita subsistir, es decir, alimentarse y aumentar la población. Simultáneamente apareció una clase de profesionales, los primeros ingenieros, quienes preparados técnicamente, asumieron la función de dirigentes en el proceso de producción.

La revolución industrial y el nacimiento del capitalismo En la configuración de la teoría sociológica tan importante fue la revolución política como la revolución industrial, que se produjo en muchas sociedades occidentales principalmente durante el siglo XIX y principios del XX.
La revolución industrial no constituye un único acontecimiento, sino muchos desarrollos interrelacionados que culminaron en la transformación del mundo occidental, que pasó de ser un sistema fundamentalmente agrícola a otro industrial. Gran cantidad de personas abandonaron las granjas y el trabajo agrícola para ocupar los empleos industriales que ofrecían las nuevas fábricas. Estas fábricas habían experimentado también una transformación debido a la introducción de mejoras tecnológicas. Se crearon inmensas burocracias económicas para proporcionar los múltiples servicios que requerían la industria y el naciente sistema económico capitalista.
El ideal de esta economía era un libre mercado en el que pudieran intercambiarse los diversos productos del sistema industrial. En este sistema unos pocos obtenían enormes ganancias, mientras la mayoría trabajaba gran cantidad de horas a cambio de bajos salarios. La consecuencia de ello fue la reacción contra el sistema industrial y contra el capitalismo en general, lo que condujo a la creación del movimiento obrero, así como de una diversidad de movimientos radicales cuyo objetivo era derrocar el sistema capitalista.
La revolución industrial, el capitalismo, y la reacción contra ellos desencadenaron una enorme revuelta en la sociedad occidental, una revuelta que afectó profundamente a los sociólogos. Cuatro figuras principales de la historia de la teoría sociológica clásica Karl Marx, Max Weber, Emile Durkheim y Georg Simmel, así como otros muchos pensadores de menor importancia, se sentían preocupados por estos cambios y por los problemas que habían creado al conjunto de la sociedad. Pasaron sus vidas estudiando estos problemas y en muchos casos se esforzaron por desarrollar programas que pudieran resolverlos.

Revoluciones políticas
La larga serie de revoluciones políticas que, desencadenadas por la Revolución Francesa de 1789, se produjeron a lo largo del siglo XIX constituyó el factor más inmediato de la aparición de la teorización sociológica. La influencia de estas revoluciones en muchas sociedades fue inmensa, y de ellas se derivaron muchos cambios positivos. Sin embargo, lo que atrajo la atención de muchos de los primeros teóricos no fueron las consecuencias positivas de esos cambios, sino sus efectos negativos.
Estos escritores se sintieron particularmente preocupados por el caos y el desorden resultantes, sobre todo en Francia. Sentían al unísono un deseo de restaurar el orden de la sociedad. Algunos de los pensadores más extremistas de este periodo anhelaban literalmente un regreso a los pacíficos y relativamente ordenados días de la Edad Media. Los pensadores más sofisticados reconocían que el cambio social que se había producido hacía imposible ese regreso. Así, se afanaban por encontrar nuevas bases de orden en las sociedades perturbadas por las revoluciones políticas de los siglos XVIII y XIX. Este interés por la cuestión del orden social fue una de las preocupaciones principales de los teóricos clásicos de la sociología, en especial de Comte y Durkheim.

La Revolución Francesa  
Aunque pueden considerarse causas económicas y sociales, que contribuyeron a su desencadenamiento, el cambio que generó fue de tipo político, ya que significó la lucha contra el absolutismo monárquico, sistema político que unificaba todo el poder del estado en la figura del soberano, que justificaba este poder despótico, como proveniente de Dios.
En el marco de una sociedad jerarquizada, compuesta por tres estados, el primero: el clero (miembros de la iglesia), el segundo: la nobleza, y el tercero: el estado llano o tercer estado, compuesto por la mayoría de la población que no integraba los dos primeros (burgueses, profesionales, empleados, mendigos, etc.), significó el despertar de una clase marginada políticamente, pero que había cobrado notoriedad gracias a la acumulación de ganancias, producto de las fábricas que habían surgido con la Revolución Industrial. Este sector era la burguesía, que integraba el último de los estados, pero que se diferenciaba del resto de sus componentes, por su capacidad económica, y por ser los únicos que solventaban los gastos del estado francés, a través del pago de impuestos, del que estaban eximidos los otros dos estados (el clero y la nobleza), que constituían clases privilegiadas.
Las ideas iluministas, desarrolladas en este período por filósofos como Montesquieu, Rousseau o Voltaire, habían sembrado la semilla de la rebeldía contra el poder dictatorial del rey. A partir de considerar a la razón y no a la fe, como fuente de conocimiento, poniendo luz al oscurantismo propio de la Edad Media, donde la gente sólo podía pensar de acuerdo a las creencias bíblicas, aparecieron ideas como las de poder del pueblo, contrato social entre el pueblo y sus dirigentes, igualdad y división de los poderes del estado.

Estas ideas iluministas, hicieron sentir su influencia sobre los burgueses, llamados así porque vivían en los burgos o ciudades, que habían alcanzado poder económico y por lo tanto, querían adquirir también participación política.
Estando Francia  ante una crisis económica, el rey decidió imponer nuevos impuestos. Conocedor de la situación de agitación existente entre la burguesía, no quiso poner en riesgo su poder, y decidió esta vez, que fueran los nobles los que abonaran la nueva carga forzosa. Estos, acostumbrados a la situación privilegiada, que habían mantenido hasta entonces, exigieron al rey la convocatoria a los estados generales, reunión de los tres estados, para resolver asuntos de importancia, con la convicción de que puesta a votación la implementación de estos impuestos, serían desechados. Su certeza se basaba en que en los estados generales, se votaba por estado y no por cabeza o por persona, de este modo, tanto la nobleza como el clero se opondrían, ya que no querían renunciar a sus privilegios y sólo el tercer estado los aprobaría, ya que por fin, no les correspondería a ellos soportar el gravamen. Por lo tanto los votos serían dos contra uno, a favor de la no imposición de impuestos a la nobleza.
Sin embargo, la burguesía, conocedora de esta situación, exigió que se votara por cabeza y no por estado, ya que de ese modo, al ser muchos más los integrantes del tercer estado, obtendrían la victoria.
Al no lograr que hicieran lugar a su pedido, los burgueses se separaron de la reunión de estados generales, para formar su propia reunión, a la que denominaron Asamblea Nacional.
El 20 de junio de 1789, los representantes del tercer estado juraron mantenerse unidos hasta lograr el establecimiento de una constitución.
El 14 de julio de 1789, el pueblo de París, realizó la toma de la Bastilla, una vieja fortaleza donde se encarcelaba a los opositores del rey, y se apropió de la harina que allí se almacenaba. No fue un gran logro, ya que allí sólo había en ese momento siete prisioneros, pero se convirtió en un símbolo de la lucha contra el poder real.
El 4 de agosto de 1789, los diputados reunidos en la Asamblea Nacional abolieron legalmente el orden feudal, los privilegios de la nobleza y del clero y los tributos personales que los siervos debían entregarles. A partir de este momento, los nobles deberían pagar impuestos.
Entre el 20 y el 26 de agosto de 1789, se proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por parte de la Asamblea Constituyente francesa, aceptada por el Rey de Francia el 5 de octubre de 1789. En ella, se establecía la igualdad de los ciudadanos ante la ley y aseguraba la libertad de comercio y la propiedad privada. Estas ideas concretaban los ideales revolucionarios que eran los de libertad, igualdad y fraternidad.
Dentro de la Asamblea se distinguían dos grupos: el de la burguesía más adinerada, llamados girondinos, que tenían ideas moderadas, o sea, los cambios que proponían eran limitar el poder real, sin quitarle totalmente el mando y que el derecho a voto no alcanzara a los ciudadanos más pobres; y el de los jacobinos, burgueses profesionales o pequeños comerciantes, que querían eliminar la monarquía y establecer una república democrática con voto igualitario y para todas las clases sociales.
La Constitución dictada el 3 de septiembre de 1791, consagró el triunfo de los girondinos, pues estableció un gobierno monárquico parlamentario y consagró el derecho a voto sólo a aquellos ciudadanos que pagaran impuestos.
En 1792, Francia  debió enfrentar conflictos bélicos con Austria y Prusia, que sentían sus monarquías amenazadas, por las nuevas ideas democráticas que habían surgido con la revolución.
Entre 1792 y 1794, los jacobinos llegaron al poder, y para establecer sus ideas, impusieron un gobierno de terror que comenzó con la decapitación del rey y su familia y continuó con la de todos los opositores a la revolución.
En 1794, los jacobinos fueron desplazados del gobierno, y éste fue asumido por un Directorio, que sólo admitió el derecho a voto a las clases adineradas.
En 1799, el poder fue asumido por Napoleón, quien se coronó emperador en 1804. Dictó el Código Civil, con principios liberales y desarrolló el capitalismo.
La derrota de Napoleón en 1815, por parte de Rusia, Austria y Prusia, que habían conformado la Santa Alianza, motivó que la monarquía recobrara el poder perdido en el estado francés.
El reinado del Terror
La monarquía constitucional que había surgido en 1791 era tan insatisfactoria para el rey como para los jacobinos, una facción de los revolucionarios. En la Asamblea Legislativa (1791-1792), éstos y los girondinos (otra facción revolucionaria menos radical) propugnaron establecer una república, al mismo tiempo que preparaban una declaración de guerra contra Austria (abril de 1792). Cuando las tropas francesas sufrieron reveses iníciales, la temperatura revolucionaria subió todavía más y, en septiembre, la recién formada Convención Nacional proclamó la República en Francia. El 21 de enero de 1793, Luis XVI fue ejecutado y durante el año y medio siguiente, el país fue gobernado por dirigentes revolucionarios, cuyos sueños de perfección moral y odio a la hipocresía inspiraron un periodo conocido como reinado del Terror, que convirtió a la guillotina en el símbolo del mesianismo político. La furia moral del Comité de Salvación Pública no conoció fronteras territoriales, y sus miembros llevaron a cabo una escalada de guerras contra una coalición de potencias europeas cuyo absolutismo chocaba con sus ideales revolucionarios. Su éxito puede atribuirse en parte a la conscripción obligatoria instituida en agosto de 1793, que demostró el terrible potencial militar de una nación en armas. No obstante, el miedo invadió finalmente al propio Comité; en julio de 1794 Maximilien de Robespierre, su máximo dirigente, fue arrestado y ejecutado. Durante la reacción posterior, los franceses olvidaron pronto ‘la república de la virtud’ y dieron la bienvenida a una nueva etapa casi como un símbolo de libertad.

Liberalismo, nacionalismo y socialismo
Tras la derrota de Napoleón, los aliados victoriosos se reunieron en Viena, decididos a restaurar el antiguo orden (véase Congreso de Viena). El ministro de asuntos exteriores austriaco Klemens von Metternich, que defendía el principio de legitimación, restauró a los Borbones en Francia, aseguró la hegemonía de los Habsburgo en las zonas de habla alemana e italiana de Europa central y forjó un acuerdo general para vigilar el continente contra cualquier alteración revolucionaria. Metternich trató de ayudar al monarca absolutista español Fernando VII en sus pretensiones de recuperar sus dominios americanos, pero tuvo que enfrentarse a la resistencia de los ingleses, que apoyaban a los insurgentes en la América española. No obstante, su autoritaria actuación sólo fue una acción de contención. Las ideas revolucionarias europeas siguieron actuando en la sombra, conspirando con la ayuda del auge de la industrialización y una población en rápido crecimiento para impedir cualquier intento de vuelta atrás.

La imaginación romántica resultó afectada por el drama conmovedor de la revolución y la guerra. Los románticos, que rechazaron el cálculo racional y el control clásico, inventaron un Napoleón idealizado y confirieron al liberalismo, al socialismo y al nacionalismo un fervor emotivo. Como herederos de la ilustración y representantes de la burguesía, los liberales (concepto acuñado en las Cortes de Cádiz, en 1812) hicieron campaña en favor del gobierno constitucional, la educación secular y la economía de mercado, que liberaría a las fuerzas productivas del capitalismo. Su llamamiento, aunque real, se limitaba sólo a un segmento relativamente pequeño de la población y pronto fue eclipsado por el mensaje de ideologías rivales, en parte a causa de su indiferencia hacia la cuestión social, a la que socialistas utópicos como Charles Fourier, Henri de Saint Simon y Robert Owen ofrecieron provocativas, si bien fantásticas, respuestas. Y lo que es más, el liberalismo fracasó en generar el tipo de entusiasmo exaltado que surgió con la aparición de la conciencia nacional. Activado por la Revolución Francesa, Napoleón y las obras del historiador alemán Johann Gottfried von Herder, el nacionalismo romántico superó a todas las ideologías en liza, en especial al este del Rin. Mientras el cristianismo empezaba a perder su influencia sobre las vidas individuales, dirigentes como Giuseppe Mazzini, en Italia y Adam Mickiewicz, en Polonia fueron capaces de imponer en la conciencia nacional un carácter mesiánico. En España, la revolución liberal que implantó la primera Constitución duró muy poco. El rey Fernando VII volvió a implantar el absolutismo en 1814 y tuvo que enfrentarse a la revuelta de los liberales, que lograron imponer su política entre 1820 y 1823, durante el llamado Trienio Liberal.

Revoluciones y socialismo científico
 A pesar de la vigilancia de Metternich, algunas de estas ideologías no pudieron ser eliminadas y entre 1815 y 1848 Europa fue sacudida por tres crisis revolucionarias. En 1848 las llamas de la revuelta se extendieron a lo largo de toda Europa, con la excepción de Gran Bretaña, Rusia y la península Ibérica. Sin embargo, cuando las cenizas se enfriaron finalmente, estaba claro que la revolución romántica se había consumido a sí misma. Efectivamente, Metternich había sido expulsado de Austria y en Francia se había proclamado la Segunda República francesa, pero la mayoría de los levantamientos fracasaron, y los sueños revolucionarios se habían frustrado para convertirse en realidades. No obstante, la época de la Restauración llegó a su fin. Los ferrocarriles, la industrialización y la próspera población urbana estaban alterando el paisaje de Europa al mismo tiempo que el pensamiento materialista comenzó a desafiar la primacía romántica de la poesía y la filosofía. La ciencia se estaba convirtiendo en un lema, la garantía del progreso inexorable. En 1851, la Gran Exposición de Londres rindió homenaje a los logros técnicos del siglo. Charles Darwin, a pesar de su visión de una naturaleza salvaje, predicó la "supervivencia de los más aptos". Karl Marx y el revolucionario alemán Friedrich Engels se mofaron del socialismo utópico y elaboraron un socialismo ‘científico’ fundamentado en propuestas más radicales de transformación de la sociedad.

El nacimiento del socialismo
La serie de cambios cuyo objetivo era solucionar los excesos del sistema industrial y del capitalismo pueden agruparse bajo el término «socialismo». Aunque algunos sociólogos apoyaron el socialismo como la solución a los problemas industriales, la mayoría se manifestó personal e intelectualmente en contra de él. Por un lado, Karl Marx apoyaba activamente el derrocamiento del sistema capitalista y su sustitución por un sistema socialista. Aunque no desarrolló una teoría del socialismo per se, invirtió una gran cantidad de tiempo en criticar varios aspectos de la sociedad capitalista. Además, estuvo implicado en diversas actividades políticas que esperaba dieran como resultado el nacimiento de las sociedades socialistas.
Sin embargo, Marx constituye una figura atípica de los primeros años de la teoría sociológica. La mayoría de los primeros teóricos, como Weber y Durkheim, se opuso al socialismo (al menos, así lo creía Marx). Aunque reconocían los problemas de la sociedad capitalista, se afanaban por encontrar una reforma social dentro del capitalismo, antes que apoyar la revolución social que proponía Marx. Temían al socialismo más que al capitalismo. Este temor jugó un papel mucho más importante en la configuración de la teoría sociológica que el apoyo de Marx a la alternativa socialista al  capitalismo. Como veremos, en muchos casos la teoría sociológica se desarrolló de hecho como una reacción contra la teoría socialista en general, y contra la marxiana en particular

La política pragmática 
 En política, la antorcha pasó a los partidarios de la realpolitikSu fracaso final en el empeño por aislar la diplomacia de la pasión nacional preparó el camino de la I Guerra Mundial. (en alemán, ‘política pragmática’). Así, el liberal, pero pragmático, Camillo Benso di Cavour tuvo éxito donde Mazzini había fracasado; unificó Italia al combinar una hábil diplomacia con el uso de ejércitos regulares. Al rechazar el desafío cerrado a compromisos del revolucionario húngaro Lajos Kossuth, el político húngaro Ferenc Deák negoció la autonomía de Hungría en el contexto de la monarquía de los Habsburgo. En Francia, Napoleón III forjó un gobierno autoritario en el que aunó progreso económico (industrialización) y social (programas de bienestar público) con disciplina política y orden social. Por otra parte, se produjo el hecho más importante del tercer cuarto de siglo, cuando Otto von Bismarck unificó Alemania. Convencido de que las grandes problemas de su tiempo sólo podrían ser resueltos con "sangre y hierro", utilizó las guerras contra Dinamarca, Austria y Francia para convertir el nuevo Estado nacional alemán en una de las principales potencias de Europa. Sin embargo, incluso el legendario canciller, un patriota prusiano indiferente a las ideologías, fue obligado a hacer concesiones a los socialistas y los liberales.
En España, el siglo XIX, tras la muerte de Fernando VII, la pérdida de todos los dominios americanos y el enfrentamiento entre liberales y conservadores fue un época de graves convulsiones políticas. La Gloriosa Revolución de 1868 provocó la caída de la monarquía de Isabel II, el advenimiento de la Primera República y la Restauración de la monarquía, en 1874, con el reinado de Alfonso XII, hijo de Isabel II.

El siglo XX
Para la mayoría de los europeos la época comprendida entre 1871 y 1914 fue la Belle Époque. La ciencia había hecho la vida más cómoda y segura, en un principio el gobierno representativo había conseguido una gran aceptación y se esperaba con confianza el progreso continuo. Orgullosas de sus logros y convencidas de que la historia les había asignado una misión civilizadora, las potencias europeas reclamaron enormes territorios de África y Asia para convertirlos en sus colonias. No obstante, algunos creían que Europa estaba al borde de un volcán. El novelista ruso Fiódor Dostoievski, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, el psiquiatra austriaco Sigmund Freud y el sociólogo alemán Max Weber advirtieron sobre el optimismo fácil y rechazaron la concepción liberal de una humanidad racional. Tales presagios comenzaron a parecer menos excéntricos a la luz de las dudas contemporáneas que suscitaba el consenso liberal. Un nuevo y virulento brote de antisemitismo surgió en la vida política de Austria-Hungría, Rusia y Francia; en la cuna de la revolución, el caso Dreyfus amenazó con derribar la Tercera República. Las rivalidades nacionales se exacerbaron por la competición imperialista y el problema de las nacionalidades en la mitad húngara de la Monarquía Dual se intensificó debido a la política de magiarización del gobierno húngaro y la influencia de las unificaciones alemana e italiana en los pueblos eslavos.
Mientras, la clase trabajadora industrial crecía en número y fuerza organizada, y los partidos socialdemócratas marxistas presionaban a los gobiernos europeos para equiparar las condiciones y las oportunidades de trabajo. El emperador Guillermo II de Alemania apartó de su lado a Bismarck en 1890. Durante dos décadas, el ‘canciller de hierro’ había servido como el "honesto corredor de bolsa" de Europa, al realizar con gran destreza una asombrosa política de alianzas internacionales que permitieron el mantenimiento de la paz en el continente. Ninguno de sus sucesores poseía la habilidad necesaria para preservar el sistema de Bismarck, y cuando el emperador incompetente desechó la realpolitik en favor de la weltpolitik (la política imperial), Gran Bretaña, Francia y Rusia formaron la Triple Entente

jueves, 7 de abril de 2011

Auguste Comte (1798-1857).

Auguste Comte  (1798-1857).
Pensador francés, padre del positivismo (nace en 1798 París). Interrumpiendo la tradición católica y monárquica de su familia, durante la época de la Restauración se inclinó hacia el agnosticismo (actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia) y las ideas revolucionarias.

Desde 1817 se vinculó a Henry de Saint-Simon, para el cual trabajó de secretario hasta su ruptura en 1824. Descubriendo bajo su influencia el problema social, Comte buscó comprender los problemas sociales a través de conocimiento objetivo propio de las ciencias naturales y buscó trasladarlo al estudio de la realidad social. ´

Contra la libertad de pensamiento, origen de la anarquía moral que atribuía a la Revolución, no oponía el dogma religioso o los principios de la tradición, sino la «ciencia positiva» que, al atenerse a los hechos tal como son, proporcionaba -según él- el único punto de apoyo sobre el que se podría edificar un futuro de «orden y progreso». Contrario al individualismo y a la democracia, confiaba en un mundo regido por el saber, en el que productores y banqueros ejercerían una especie de dictadura.

Tales ideas, fundamento del pensamiento positivista, tuvieron un gran éxito en los países occidentales desde mediados del siglo XIX, proporcionando un credo laico para el mundo del capitalismo liberal y de la industria triunfante.

Sin embargo, Comte vivió una vida desgraciada: el exceso de trabajo le produjo problemas psiquiátricos, un intento de suicidio y el abandono de su mujer. Su rebeldía y su intransigencia le impidieron insertarse en el mundo académico: expulsado en 1817 de la Escuela Politécnica, no pudo acabar sus estudios, que completó de forma autodidacta; luego, aunque llegó a enseñar en la misma escuela desde 1832, no pudo obtener cátedra en ella, y fue expulsado de nuevo en 1844. Sólo la ayuda económica de algunos admiradores (como Littré o John Stuart Mill) le salvó de la miseria.

En 1848 creó una Sociedad Positivista, que tuvo seguidores sobre todo en los países anglosajones. Su pensamiento, reflejado en obras como Curso de filosofía positiva (1830-42) o Sistema de política positivista (1851-54), ha ejercido influencia sobre las más diversas ramas del conocimiento (filosofía, medicina, historia, sociología) y sobre diversas corrientes políticas.

La sociología tiene por objeto de estudio la estructura y la función de la sociedad. Como ciencia independiente es la más joven de las ciencia sociales.

La sociología establece como postulado central que la conducta de los seres humanos no responde simplemente a sus propias decisiones individuales, sino bajo influencias culturales e históricas de acuerdo a los deseos y expectativas de la comunidad en la que viven. Así, el concepto básico de sociología es la interacción social como punto de partida para cualquier relación en una sociedad.

La primera definición de sociología fue propuesta por este filósofo francés Auguste Comte quien en 1838, fue el primero en utilizar el término "sociología" para describir su concepto de una nueva ciencia que descubriría unas leyes para la sociedad del mismo modo en que se habían descubierto tantas otras para la naturaleza, aplicando los mismos métodos de investigación que las ciencias físicas. El filósofo británico Herbert Spencer adoptó el término y continuó así el trabajo de Comte.

Comte ejerció una profunda influencia en los teóricos posteriores de la sociología (especialmente en Herbert Spencer y en Emile Durkheim). Y creía que el estudio de la sociología debía ser científico, al igual que muchos teóricos clásicos y la mayoría de los sociólogos contemporáneos (Lenzer, 1975). 

La obra de Comte puede considerarse, al menos en parte, como una reacción contra la Revolución Francesa y la Ilustración, a la que consideraba la principal causa de la revolución. Se sentía profundamente perturbado por la anarquía que reinaba en la sociedad y se mostraba crítico frente a los pensadores franceses que habían engendrado la Ilustración y apoyado la revolución.

Desarrolló su perspectiva científica, el «positivismo» o «filosofía positiva», para luchar contra lo que consideraba la filosofía destructiva y negativa de la Ilustración. Comte se alineaba con los católicos contrarrevolucionarios franceses (especialmente de Bonald y de Maistre), de los que experimentó su influencia. Sin embargo, al menos por dos razones, su obra debe ser analizada al margen de la de estos. Primera, no creía posible el regreso a la Edad Media, pues los avances científicos e industriales hacían imposible ese regreso. Segunda, desarrolló un sistema teórico bastante más sofisticado que sus predecesores, un sistema que configuró una gran parte de la temprana sociología.

Comte desarrolló su física social, o lo que en 1822 denominó sociología, para luchar contra las filosofías negativas y la anarquía perjudicial que, desde su punto de vista, reinaban en la sociedad francesa. El uso del término física social evidenciaba el afán de Comte por modelar la sociología a partir de las “ciencias duras”. Esta nueva ciencia, que para él terminaría por ser la ciencia dominante, debía ocuparse tanto de la estática social (de las estructuras sociales existentes) como de la dinámica social (del cambio social). Aunque ambas implicaban la búsqueda de las leyes de la vida social, Comte percibía que la dinámica social era más importante que la estática social. Este interés por el cambio reflejaba su interés por la reforma social, particularmente la de los males creados por la Revolución Francesa y la Ilustración. Comte no recomendaba el cambio revolucionario, pues consideraba que la evolución natural de la sociedad mejoraría las cosas. Las reformas eran necesarias sólo para empujar levemente el proceso.

Esto nos lleva a la piedra angular del enfoque de Comte: su teoría de la evolución o ley de los tres estadios.

La teoría propone que existen tres estadios intelectuales a través de los que la historia del mundo ha avanzado. De acuerdo con Comte, no sólo el mundo atraviesa este proceso, sino también los grupos, las sociedades, las ciencias, los individuos e incluso la mente de las personas.

El primero es el estadio teológico (trata de Dios y de sus atributos y perfecciones) y define el  mundo anterior a 1300. Durante este periodo el sistema principal de ideas enfatizaba la creencia de que los poderes sobrenaturales, las figuras religiosas, diseñados a partir del hombre, constituían la raíz y el origen de todo. En particular, se pensaba que era Dios quien había creado el mundo social y físico.

El segundo estadio es el metafísico (Parte de la filosofía que trata del ser en cuanto tal, y de sus propiedades, principios y causas primeras) y se sitúa aproximadamente entre 1300 y 1800. Este estadio se caracterizó por la creencia en que las fuerzas abstractas, como la “naturaleza”, lo explicaban todo mejor que los dioses personalizados.

Finalmente, en 1800 comenzó el tercer estadio positivo, caracterizado por la creencia en la ciencia. En este estadio la gente tendía a abandonar la búsqueda de las causas absolutas (Dios o la naturaleza) para concentrarse en la observación del mundo físico y social y en la búsqueda de las leyes que lo regían.

Es evidente que en su teoría del mundo Comte se centró en los factores  intelectuales. En efecto, afirmaba que el desorden intelectual era la causa del desorden social. El desorden se derivaba de los antiguos sistemas de ideas (teológico y metafísico) que seguían existiendo en la edad positivista (científica). Sólo cuando el positivismo se hiciera con el control total cesarían las revueltas sociales.

Como se trataba de un proceso evolutivo parecía innecesario fomentar la revuelta social y la revolución. El positivismo llegaría tarde o temprano, aunque quizás no tan rápido como algunos deseaban. Aquí el reformismo social de Comte y su sociología coinciden. La sociología podía acelerar la llegada del positivismo y conferir orden al mundo social. Sobre todo, Comte no deseaba que se pensara en él como partidario de la revolución. Desde su punto de vista existía ya suficiente desorden en el mundo. En cualquier caso, lo realmente necesario a los ojos de Comte era el cambio intelectual y apenas podían aducirse razones para apoyar la revolución social y política.

Así pues, hemos tratado algunas posturas de Comte que ejercieron gran influencia en el desarrollo de la sociología clásica: su conservadurismo, reformismo y cientifismo básicos, y su perspectiva evolucionista del mundo.

Merecen también mención otros aspectos de su obra, debido a que jugaron un papel importante en el desarrollo de la teoría sociológica. Por ejemplo, su sociología no se centraba en el individuo sino que empleaba como unidad básica de análisis entidades más complejas como la familia.

También recomendaba el análisis conjunto de la estructura y del cambio social. El énfasis de Comte en el carácter sistémico de la sociedad -los vínculos entre sus diversos componentes- tuvo una gran importancia para la teoría sociológica posterior, especialmente para la obra de Spencer y Parsons.

También otorgaba Comte importancia al papel del consenso en la sociedad: para él carecía de atractivo la idea de que la sociedad se caracterizaba por el conflicto inevitable entre los trabajadores y los capitalistas.

Además, subrayaba la necesidad de elaborar teorías abstractas, salir al exterior y hacer investigación sociológica. Recomendaba que los sociólogos hicieran uso de la observación, la experimentación y el análisis histórico comparado.

Por último hay que decir que Comte era un elitista: creía que la sociología se convertiría finalmente en la fuerza científica dominante del mundo debido a su específica capacidad de interpretar las leyes sociales y de desarrollar reformas para solventar los problemas del sistema.

Comte se situó a la cabeza del desarrollo de la sociología positivista (Bryant, 1985; Halfpenny, 1982). Para Jonathan Turner, el positivismo de Comte recalcaba que “el universo social está sujeto al examen del desarrollo de leyes abstractas que pueden verificarse a través de la recolección cuidadosa de datos”, y “estas leyes abstractas denotan las propiedades básicas y generales del universo social y especifican sus 'relaciones naturales” (1985a: 24). Como veremos más adelante, algunos teóricos clásicos (especialmente Spencer y Durkheim) compartieron el interés de Comte por el descubrimiento de las leyes de la vida social.

Aunque Comte carecía de una base académica sólida para construir una escuela de teoría sociológica comtiana, proporcionó, sin embargo, los fundamentos para el desarrollo de una importante corriente de teoría sociológica. Pero sus sucesores en la sociología francesa y, en especial, el heredero de muchas de sus ideas, Emile Durkheim, ensombrecieron levemente la trascendencia ulterior de su figura