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viernes, 21 de octubre de 2016

La dinámica social. Definición de cambio social. Los agentes del cambio social. Los movimientos sociales.


1. EL CAMBIO SOCIAL

Las comunidades humanas que han poblado la faz de la tierra a lo largo de los tiempos, siempre han estado sometidas a cambios. Éstos, vienen siendo más acentuados cuanto más nos acercamos al momento actual. En efecto, como señala A. Giddens en su afamado manual de Sociología, las formas de vida y las instituciones sociales que caracterizan el mundo moderno son radicalmente diferentes a las del propio pasado reciente. Durante un período de no más de dos o tres siglos, la vida social de los seres humanos se ha visto arrancada de los tipos de orden social en los que la gente había vivido durante cientos de años. 
A lo largo de las próximas páginas nos detendremos a caracterizar este fenómeno de los cambios sociales. Hablaremos de los agentes que los producen, de las revoluciones (como ejemplo más claro de cambio social), de las perspectivas de futuro y, para empezar, ofreceremos una definición de los mismos.

2. DEFINICIÓN DE CAMBIO SOCIAL

El cambio social puede definirse como la diferencia observada entre el estado anterior y el posterior en una zona de la realidad social. 
Identificar cambios sociales significativos supone poner de manifiesto las modificaciones producidas en las instituciones fundamentales de una sociedad durante un determinado período de tiempo. En toda explicación de un cambio también hay que señalar lo que permanece estable como punto de referencia con el que calibrar las modificaciones.
En lo que se refiere a la sociedad contemporánea, Wilson Moore, ha expuesto las siguientes generalizaciones sobre el cambio social:
o En cualquier sociedad o cultura el cambio social es frecuente o constante.
o Los cambios no están aislados ni temporal ni espacialmente; es decir, los cambios ocurren en cadenas de secuencias y no en crisis “temporales” seguidas por períodos tranquilos de reconstrucción, y las consecuencias suelen reverberar en regiones enteras o virtualmente en todo el mundo.
o El cambio contemporáneo es probable “en todas partes” y sus consecuencias suelen notarse en “cualquier lugar”.
o La proporción de cambio en el mundo contemporáneo que es fruto de la planificación o que procede de las consecuencias secundarias de innovaciones deliberadas es mucho mayor que en épocas anteriores.
o El cambio afecta a una gama mayor de la experiencia humana y a más aspectos funcionales de las sociedades modernas, no porque estas estén más integradas, sino porque virtualmente ningún aspecto de la vida queda fuera de la expectativa del cambio como evento normal.
Por lo demás, cabe señalar que el concepto de cambio social es distinto al de desarrollo y al de progreso. Éstos, son ciertamente fenómenos que pueden darse en una sociedad, si bien actúan como matices del primero. Más concretamente, cabe decir que el progreso tiene lugar cuando el cambio social ha ido acompañado de un incremento en la riqueza cualitativa de la vida social. El desarrollo, por otro lado, se logra cuando el cambio implica un incremento en la dimensión y complejidad del sistema social. 
Finalmente, puede añadirse que cuando consideramos un cambio social con suficiente perspectiva, de modo que podemos trazar en él largas líneas dotadas de una cierta dirección, estamos frente a un proceso al que es posible dar el nombre de evolución social.

3. LOS AGENTES DEL CAMBIO SOCIAL
En los últimos dos siglos, ha habido teóricos que han intentado desarrollar una teoría general que explicara la naturaleza del cambio social. Sin embargo, ningún planteamiento monocausal puede explicar la diversidad del desarrollo social humano, que va desde las sociedades de cazadores y recolectores hasta los complejísimos sistemas actuales, pasando por las sociedades de pastores y las civilizaciones tradicionales. Sin embargo, sí podemos identificar los factores que han influido de forma persistente en el cambio social: el medio físico, la organización política y los factores culturales.

3.1. El medio físico.
El medio físico suele influir en el desarrollo de las organizaciones sociales humanas. Donde mejor se aprecia este factor es en las circunstancias medioambientales más extremas, donde las personas deben organizar su forma de vida en función de las condiciones climatológicas. Los habitantes de las regiones polares desarrollan, necesariamente, hábitos y prácticas diferentes a las de aquellos que viven en áreas subtropicales. 
Con todo, la influencia directa del medio ambiente sobre el cambio social no es muy grande. Las personas suelen poder desarrollar una considerable capacidad productiva incluso en áreas relativamente inhóspitas. Por tanto, a la hora de explicar el desarrollo social, la insistencia de los evolucionistas en la adaptación al medio es menos útil que las ideas de Marx, quien hacía hincapié en que los seres humanos pocas veces se conforman con adaptarse como los animales a las condiciones que les rodean y que, en vez de aceptar su ámbito tal como es, siempre pretenden dominarlo. Además, no hay duda de que las formas de producción influyen mucho en el grado de cambio social y en su naturaleza, aunque no tienen el impacto primordial que Marx les adjudicaba.

3.2. La organización política.
Un segundo factor que influye considerablemente en el cambio social es el tipo de organización política. Por ejemplo, en las sociedades de cazadores y recolectores esta influencia es mínima, ya que no hay autoridades políticas que puedan movilizar a la comunidad. Sin embargo, en el resto de sociedades, la existencia de organismos políticos diferenciados -jefes, señores, reyes, gobiernos- influye de modo considerable en la trayectoria de desarrollo.
Los sistemas políticos no son, como creía Marx, expresión directa de la organización económica subyacente, ya que pueden existir tipos de orden político bastante diferentes que tengan un modo de producción similar.
El poder militar tuvo un papel fundamental en el establecimiento de la mayoría de los estados tradicionales, y determinó igualmente su pervivencia o expansión. Sin embargo, la relación entre el nivel de producción y la fuerza militar es también indirecta.

3.3. Los factores culturales
Entre éstos se incluyen la religión, los sistemas de comunicación y el liderazgo. 
La religión puede ser una fuerza conservadora o innovadora en la vida social. Algunas creencias y prácticas religiosas han supuesto un freno para las transformaciones haciendo hincapié, sobre todo, en la necesidad de respetar los valores y rituales tradicionales. Sin embargo, como Max Weber subrayó, las convicciones religiosas tienen a menudo un papel como movilizadoras de las presiones que son favorables al cambio social.
Otra influencia cultural especialmente importante que afecta a la naturaleza y el ritmo del cambio es la de los sistemas de comunicación. La invención de la escritura, por ejemplo, hizo posible que se mantuvieran archivos, que se incrementara así el control de los recursos materiales y que se desarrollaran organizaciones a gran escala. Además, la escritura alteró la percepción que tenían las personas de la relación entre pasado, presente y futuro.
Las sociedades que escriben mantienen un registro de los acontecimientos del pasado y saben que tienen una historia. El comprender la historia puede favorecer el sentimiento de que existe un movimiento general o una línea de desarrollo en el comportamiento de una sociedad y, por tanto, las personas pueden participar activamente en el progreso de ésta.
En tercer lugar, los líderes individuales también han tenido una gran influencia, dentro del ámbito cultural, en los cambios sociales. Sólo tenemos que pensar en figuras religiosas (como Jesús de Nazaret), en dirigentes políticos o militares (como Julio Cesar), o en innovadores científicos o filosóficos (como Isaac Newton), para darnos cuenta de que ha sido así. 
Un líder capaz de impulsar políticas dinámicas, de hacerse con un apoyo masivo o de cambiar radicalmente las formas de pensar preexistentes, puede derribar el poder preestablecido. Sin embargo, los individuos sólo pueden alcanzar posiciones de liderazgo y ser eficaces en lo que hacen si existen condiciones sociales favorables. Por ejemplo, Adolf Hitler logró tomar el poder en Alemania en los años treinta, en parte por las tensiones y crisis que asolaban el país en aquel momento. Lo mismo puede decirse que ocurrió en fecha posterior con Gandhi, el famoso líder pacifista. Éste, logró asegurarse de que se produciría la independencia de la India porque la guerra y otros acontecimientos habían sacudido las instituciones sociales de su país.

4. LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Lugar aparte en el plano de los agentes propiciadores del cambio social lo constituyen, en nuestro tiempo, los movimientos sociales. En las sociedades modernas ha existido una amplia variedad de movimientos sociales, unos persistentes y otros transitorios. 
Un movimiento social puede definirse como un intento colectivo de luchar por un interés común o de garantizar que se alcanza un objetivo compartido, mediante una acción conjunta, que tiene lugar al margen de la esfera de las instituciones establecidas. 
Algunos movimientos sociales son muy reducidos, quizás componiéndose tan solo por unas docenas de miembros; otros pueden incluir a miles o incluso millones de personas. Los hay que llevan a cabo sus actividades respetando las leyes de la sociedad en la que existen, mientras que otros operan de forma ilegal o clandestina. 
La línea de separación entre los movimientos sociales y las organizaciones formales se difumina a veces, porque los movimientos bien establecidos adoptan generalmente características burocráticas. Es menos habitual, sin embargo, que una organización se convierta en un movimiento social, como es el caso, por ejemplo, de un partido político al que se ilegaliza y se obliga, por ello, a pasar a la clandestinidad y quizá a convertirse en un movimiento guerrillero.
Algunos movimientos sociales han llegado a deparar el tipo de cambio social más importante que se puede dar: el que llevan consigo las revoluciones. De ellas nos ocuparemos en el siguiente apartado.

5. LAS REVOLUCIONES
La revolución es una forma de guerra -específicamente, de guerra civil- cuyos resultados difieren con mucho de los producidos por otros modos de conflictos sociales impulsores de cambios en las sociedades. 
La revolución puede definirse como aquél proceso social de cambio intenso y rápido, que entraña una insurrección armada inicial, y que produce mudanzas sustanciales en la estructura y la cultura de la sociedad que la presencia.
De cuantos disturbios sociales existen, solamente aquellos que provocan cambios drásticos en las relaciones de poder, jerarquía, ideología dominante y otros rasgos de semejante alcance pueden recibir el nombre estricto de revoluciones. Decimos que la conflagración francesa de 1789 fue una revolución porque, tras ella, la burguesía y las clases medias vinieron a predominar en el Estado, la Iglesia perdió mucho poder, surgió una nueva política educativa, comenzó a extenderse la franquicia electoral, y sobre todo, apareció en la vida de Francia la noción nueva de ciudadanía, que se extendería luego a otros países. En contraste con eventos de este calibre, los golpes militares, los pronunciamientos, las abdicaciones, los cambios de gobierno no alteran la naturaleza fundamental de la sociedad y no son revoluciones.
Las revoluciones son fenómenos “totales” que no dejan ninguna zona de la sociedad fuera de su alcance. La mudanza social viene acompañada de transformaciones en los valores, las leyes, la religión, el poder y la técnica, si bien la nueva sociedad no difiere de un modo absoluto de aquella que la vio nacer. Como Tocqueville mostró, la Francia y la Europa posrevolucionarias fueron continuación, y en más de un sentido culminación, de las tendencias desarrolladas por el mundo del Antiguo Régimen. El propio Marx (para quien la revolución era una verdadera mutación más que una secuencia de cambios) entendió que las épocas anteriores a las revoluciones llevaban siempre en su seno la semilla revolucionaria y la lógica irremisible de su propia destrucción futura.
Además de ser fenómenos totales, las revoluciones son, claro está, características de su propia época histórica. Así, la revolución que tuvo lugar en Egipto durante el reinado de Amenhotep IV (1380-1362 a.C.) y que destruyó el poder de la vieja aristocracia de los templos e implantó un monoteísmo universalista, un modo de pensar abstracto en la ley positiva y un arte popular, al tiempo que daba prominencia social a los soldados y gentes humildes, fue esencialmente diferente de la revolución democrática ateniense, plasmada en la legislación de Solón (s. VII-VI a.C.), que abrió las puertas del poder a las clases medias y creó unas condiciones sin precedentes para el progreso del pensamiento secular y racional.
Hemos referido hasta aquí algunas revoluciones concretas, pero, como cada período revolucionario posee ciertas características únicas e irrepetibles, las generalizaciones que hagamos en adelante se referirán tan solo a las modernas, es decir, a aquellas que han tenido lugar desde la revolución puritana de 1640 en Inglaterra.
Las revoluciones modernas tienen lugar cuando concurre un número específico de circunstancias. Si solamente se produce una o varias de ellas diremos que la situación es, a lo sumo, cuasi revolucionaria, lo cual puede llegar a acarrear una grado notable de disturbios y alteraciones, pero no un cambio revolucionario. Para que ocurra una revolución es menester que estén presentes los siguientes factores:
- Antagonismo intenso de clases.
- Frustración de las expectativas económicas crecientes.
- Frustración de las expectativas crecientes de poder y status.
- Incapacidad de las clases dominantes.
- Una fracción de las clases dominantes se une al enemigo.
- La hostilidad de la comunidad intelectual.
- Existencia de mitos revolucionarios.
- Dualidad de poder.
- Existencia de elites y partidos que lleven a cabo movilizaciones sociales.
- Una situación internacional favorable.

6. LOS CAMBIOS ACTUALES Y LAS PERSPECTIVAS DE FUTURO

¿Adónde nos conduce el cambio social hoy en día? ¿Cuáles son las principales tendencias de desarrollo que tienen más posibilidades de influir en nuestra vida en estos comienzos de siglo XXI? Los sociólogos no están de acuerdo sobre las respuestas a estas preguntas que, evidentemente, suponen un considerable grado de especulación. Nos ocuparemos de tres perspectivas distintas: la idea de que estamos viviendo en una sociedad postindustrial; la de que hemos llegado a un período postmoderno, y la teoría de que hemos alcanzado “el fin de la historia”.

6.1. ¿Hacia una sociedad postindustrial?

Algunos observadores han indicado que lo que está ocurriendo hoy en día es la transición a una nueva sociedad que ya no se basará principalmente en la industrialización. Se ha acuñado una gran variedad de términos para describir el nuevo orden social, tales como sociedad de la información, sociedad de servicios... Sin embargo, el término que ha dado en utilizarse con más frecuencia es el de sociedad postindustrial.
Según Daniel Bell, el nuevo orden se distinguiría por un crecimiento de las ocupaciones en el sector de servicios a costa de los empleos que producen bienes materiales.

6.2. La postmodernidad

En los últimos tiempos un buen número de autores han llegado a afirmar que las transformaciones que se están produciendo en la actualidad son mucho más profundas de lo que supone señalar el fin de la era industrial. Lo que se está produciendo es, ni más ni menos, que un movimiento que va más allá de la modernidad, es decir, de las actitudes y formas de vida que se asocian con las sociedades modernas, como la fe en el progreso, en las ventajas de la ciencia y en nuestra capacidad para controlarlo todo.
Los defensores de la postmodernidad se inspiran en idea de que la historia no tiene una forma concreta. Las grandes concepciones de la historia no tienen sentido. El mundo es plural y muy diverso. Todo parece estar fluyendo constantemente.

6.3. Fukuyama y el fin de la historia

Francis Fukuyama sostiene que a raíz de las revoluciones de 1989 en la Europa del Este, de la disolución de la Unión Soviética y del movimiento hacia la democracia multipartidista que se ha producido en otras regiones, las batallas ideológicas del pasado han concluido. El fin de la historia es el fin de las alternativas. Fukuyama defiende que hemos alcanzado “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad”.
Esta tesis, hoy, se hace compatible con el fenómeno en el que cada vez se ven más integradas las sociedades del planeta: la globalización.

lunes, 10 de octubre de 2016

el origen de la desigualdad entre los hombres?

En 1754, hace más de 250 años, y veintidós años antes que Adam Smith publicara La riqueza de las naciones, la Academia de Dijon lanzó una osada pregunta y ofreció un premio para quien se atreviera a responderla: ¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres? ¿Es acaso la consecuencia de una ley natural?
El filósofo francés Jean Jacques Rousseau se interesó por el tema y en respuesta escribió su obra Sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. En ella, Rousseau sostiene que la desigualdad social y política no es natural, que no deriva de una voluntad divina y que tampoco es una consecuencia de la desigualdad natural entre los hombres. Por el contrario, su origen es el resultado de la propiedad privada y de los abusos de aquellos que se apropian para sí de la riqueza del mundo y de los beneficios privados que derivan de esa apropiación. Ya en esa época, buscar respuestas a la desigualdad social era un tema central para las ciencias sociales. Y eso que en aquel tiempo la desigualdad social era mucho más reducida.
Es a partir de la industrialización que comienza a crearse una diferencia importante en los niveles de ingreso, cuya relación, a nivel de ingreso medio entre los países “pobres” y los países “ricos” llegaba a principios del siglo XX una proporción de 1 a 4, pasando a principios de este siglo a una proporción de 1 a 30.
Ahora sabemos que hay más 3 mil millones de pobres en el mundo y que la mitad de ellos vive en la miseria. La medición de la desigualdad social nunca fue prioritaria a lo largo del siglo XX. Ni el Banco Mundial ni el Fondo Monetario Internacional mostraron interés en el tema. Este fenómeno, que se acrecienta con la actual crisis económica, muestra que la correlación de fuerzas es bastante más débil que la de 1929. Dato que constituye un freno a la hora de la reactivación.
No hace mucho que sabemos que la distribución de la riqueza es aún más desigual que la distribucipón de los ingresos. El 90% de la riqueza neta mundial está concentrado en Estados Unidos, Europa, Japón y Australia. Estados Unidos, con un 6% de la población mundial se ha quedado con un tercio de todo el ingreso del planeta (vía consumo), mientras la India, con el 15% de la población recibe el 1% del ingreso del mundo.
La brecha entre ricos y pobres ha crecido aún más en los últimos 30 años, justamente por seguir las recetas del FMI y aceptar a ojos cerrados las premisas del modelo Neoliberal. Este sistema tiene la particularidad de aumentar la brecha incluso al interior de los países al generar nueva pobreza y cuyo caso más emblemático son precisamente los EEUU, cuya linea de pobreza llega al 30% de la población.
La actual crisis ha instalado nuevamente este tema en el debate y una de las posibles soluciones keynesianas que se apliquen para paliar la grave coyuntura es elevar en forma escalonada el salario mínimo. Junto a esto habrá que destinar líneas de crédito especiales a los seguros de desempleo pues una caída mayor en la demanda puede hacer que se cumpla la nueva profecía de Robert Shiller de que la crisis puede correr por años.

Eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano


Eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano

El pensamiento político y social sobre este continente ha estado atravesado históricamente por una tensión entre la búsqueda de sus especificidades y miradas externas, que han visto estas tierras desde la óptica reducida de la experiencia europea. En forma asociada se ha dado la oposición entre la apuesta por las ricas potencialidades de este Nuevo Mundo, y el lamento de su diferencia en contraste con el ideal representado por la cultura y la composición racial europea. Sin embargo, las miradas externas, propiamente coloniales y la aflicción de la diferencia han sido ampliamente hegemónicas.

EUROCENTRISMO Y COLONIALISMO EN EL  PENSAMIENTO SOCIAL LATINOAMERICANO 

Edgardo Lander 


El pensamiento político y social sobre este continente ha estado atravesado históricamente por una tensión entre la búsqueda de sus especificidades y miradas externas, que han visto estas tierras desde la óptica reducida de la experiencia europea. En forma asociada se ha dado la oposición entre la apuesta por las ricas potencialidades de este Nuevo Mundo, y el lamento de su diferencia en contraste con el ideal representado por la cultura y la composición racial europea. 

Sin embargo, las miradas externas, propiamente coloniales y la aflicción de la diferencia han sido ampliamente hegemónicas. 

Basta una revisión somera del texto de las primeras constituciones republicanas para ver como el pensamiento liberal, al buscar realizar un trasplante para instaurar aquí una réplica de su lectura de la experiencia europea o norteamericana, hace abstracción de las condiciones culturales e históricas particulares de las sociedades a propósito de las cuales se propone legislar. 

El lamento de la diferencia, la incomodidad de vivir en un continente que no es blanco, urbano cosmopolita, civilizado, encuentra en el positivismo su máxima expresión. Asumiendo en bloque los supuestos y prejuicios del pensamiento europeo del siglo pasado 
el racismo científico, el patriarcado, la idea del progreso
se reafirma el discurso colonial. 

El continente es pensado desde una sola voz, a partir de un solo sujeto: blanco, masculino, urbano, cosmopolita. El resto, la mayoría, es un “Otro” bárbaro, primitivo, negro, indio, que nada tiene que aportar al futuro de estas sociedades. Habría que blanquearlos y occidentalizarlos, o exterminarlos. 

La institucionalización en este siglo de las ciencias sociales en las universidades latinoamericanas sólo alteró parcialmente la hegemonía de este discurso. Los dogmas liberales del progreso, desarrollo, y el binomio atraso-modernización, fueron incorporados como premisas en una lectura que 
en consecuencia
hacía pocas concesiones a la especificidad de la realidad estudiada. La sociología de la modernización ha sido la expresión más nítida de este positivismo científico colonial. En el marxismo latinoamericano, Mariátegui es la máxima expresión de la tensión con las miradas eurocéntricas, pero éstas terminan por hacerse dominantes tanto en el mundo académico como en la acción política. Sin que sea para ello necesario hacer un balance global de sus aportes y limitaciones, es posible afirmar que el intento más original de abordar colectivamente, desde perspectivas propias el diagnóstico y las propuestas de futuros posibles para estas sociedades, lo constituyen las formulaciones teóricas desarrolladas a partir del estructuralismo de la CEPAL y del enfoque de la dependencia en las décadas de los sesenta y los setenta. 

En las ciencias sociales de esas décadas hay una fuerte vertiente que se diferencia de las prácticas metropolitanas no sólo por sus contenidos y problemas, sino también por su estilo intelectual. No se establecen deslindes absolutos entre los juicios de hecho y los juicios de valor propios de las ciencias positivistas, y no se le teme a la asociación entre producción de conocimiento y compromiso político. Las barreras entre los compartimientos disciplinarios, característicos en especial de las ciencias sociales norteamericanas, se hacen en extremo porosas. Más que aproximaciones interdisciplinarias o multidisciplinarias, tienden a respetarse poco esas demarcaciones. Sobre la indagación empírica y la cuantificación, prima el esfuerzo interpretativo global que busca dar cuenta de los procesos históricos, políticos, sociales y culturales, como realidad que no podía ser descompuesta en compartimientos estancos. Las categorías conceptuales más importantes de las ciencias sociales latinoamericanas de la época, muchas de ellas originales de éstas, ilustran las direcciones y la riqueza de las búsquedas que caracterizaron a esa producción intelectual: dependencia, colonialismo interno, heterogeneidad estructural, pedagogía del oprimido, marginalidad, explotación, investigación-acción, colonialismo intelectual, imperialismo, liberación. Consecuencia, sin duda, del contexto político internacional
particularmente los procesos de descolonización y el tercer mundismo
las ciencias sociales latinoamericanas interrumpen su diálogo exclusivo con las de los países centrales y 
por única vez en su historia
se nutren de, y sobre todo enriquecen, la producción de los otros continentes del mundo periférico. Sin embargo, ésta producción teórica permaneció al interior del metarelato universal de la modernidad y del desarrollo, y no logró asumir sino tímidamente las consecuencias del pluralismo de historias, culturas y sujetos existentes en el continente. 

En los últimos lustros ha sido clara la tendencia a la reversión de estos intentos de pensar al continente desde sí mismo, y a la readopción de las perspectivas, metodologías y visiones del mundo eurocéntricas. No se trata sólo de procesos internos a las ciencias sociales. Estos desplazamientos ocurren en un contexto de derrota de los movimientos revolucionarios y reformistas, la impronta profunda de la experiencia autoritaria del Cono Sur, la crisis del marxismo, el colapso del socialismo real, y la consecuente pérdida de la confianza utópica. 

Un aspecto central de los cambios ocurridos en las ciencias sociales son sus transformaciones institucionales. En los países el Cono Sur las ciencias sociales fueron prácticamente expulsadas de las universidades, con consecuencias que aún después del retorno a la democracia, sería difícil sobreestimar. Se produjo una severa ruptura entre la historia anterior y las nuevas generaciones 

de estudiantes. El desplazamiento hacia los centros privados, el trabajo de investigación con financiamiento externo, los informes sobre asuntos acotados a ser presentados en plazos perentorios, representaron cambios fundamentales de estilo intelectual cuyas consecuencias han sido ampliamente reconocidasiii. 


En otros países la expansión violenta de la matrícula estudiantil, el colapso presupuestario y la trasformación de los recintos universitarios en arena privilegiada de confrontación política, territorio de reflujo de organizaciones de izquierda derrotadas en otros espacios de la sociedad, condujo a un profundo deterioro de la vida académica. El potencial de la universidad como ámbito para la creación de conocimiento alternativo fue sacrificado en función de un gremialismo y utilitarismo político a corto plazo que todavía representa un gran lastre para estas instituciones. Los actuales procesos de reforma de las universidades forman parte de una necesaria recuperación de estos espacios para la producción intelectual. Sin embargo, las tendencias que hoy dominan apuntan en direcciones inquietantes. En primer lugar, la actual institucionalización no cuestiona los nítidos deslindes disciplinarios de las ciencias sociales. La construcción del conocimiento a partir de los paradigmas del siglo XIX establece severas barreras a la posibilidad de pensar fuera de los límites definidos por el liberalismo. Consecuencia entre otras cosas del creciente énfasis en los estudios empíricos, se asumen como supuestos básicos, como fundamentos pre-teóricos respecto a la naturaleza de los procesos histórico sociales, algunas de las cuestiones primordiales que deberían ser motivo de reflexión crítica. 

Las transformaciones en la escuelas de economía han sido particularmente notorias. El acotamiento de “lo económico”, como campo de estudio de una rigurosa disciplina científica objetiva, y el creciente énfasis en la cuantificación desconectan a la economía de las tradiciones reflexivas, y la convierten en una disciplina de orientación básicamente instrumental. El creciente formalismo que se ha instaurado en los análisis de la democracia en el continente y el progresivo desprendimiento de la idea de democracia de toda noción substantiva y normativa son igualmente ilustrativos de los desplazamientos que ocurren en la actualidad en las ciencias sociales del continente(Lander, 1997). Un indicador puntual, pero significativo, con potenciales repercusiones amenazantes para la posibilidad de un pensamiento más autónomo, son los modelos de evaluación de las universidades y de los investigadores que se generalizan a partir de la experiencia mexicana. Subyacen a la mayor parte de estos sistemas criterios “universalistas” de acuerdo a los cuales la producción de las universidades del continente debe tener como referente de excelencia a la ciencia de los países más “avanzados”. Expresión de esto es la ponderación privilegiada que se le da a la publicación en revistas extranjeras especializadas en estos sistemas de evaluación. Bajo el manto de la objetividad, de hecho, se está afirmando que la creación intelectual de los científicos sociales de las universidades latinoamericanas debe regirse por las demarcaciones disciplinarias, regímenes de verdad, metodologías, problemas y prioridades de investigación de las ciencias sociales metropolitanas, tal como estos se expresan en las políticas editoriales de las más prestigiosas revistas en cada disciplina. La evaluación estrictamente individualizada, en base a criterios de productividad. parecería estar expresamente diseñada para obstaculizar las dinámicas de trabajo colectivo y reflexiones abiertas, sin presiones inmediatas de tiempo y financiamiento, requeridas para repensar los supuestos epistemológicos, interpretaciones históricas y formas actuales de institucionalización del conocimiento de lo histórico-social. 

Neoliberalismo y postmodernidad y teorías postcoloniales 

Son dos las influencias teóricas preponderantes en las ciencias sociales latinoamericanas actuales: el neoliberalismo y la postmodernidad. Desde el punto de vista de las tensiones a las cuales se ha hecho referencia, el neoliberalismo tiene contenidos unívocos. Es una reafirmación dogmática de las concepciones lineales de progreso universal y del imaginario del desarrollo. Asume a los países centrales como modelo hacia el cual hay que dirigirse inexorablemente. Se refuerzan aquí las miradas coloniales que sólo reconocen como sujetos significativos a los portadores de proyectos modernizantes: los empresarios, los tecnócratas, los vecinos de clase media, los habitantes de la mitológica sociedad civil. La indiferencia ante los Otros, que no encuentran lugar en esta utopía de mercado y democracia liberal, delata la permanencia del racismo fundante del pensamiento colonial. Han sido retomados con renovado entusiasmo los supuestos más funestos de la sociología de la modernización. Desde el patrón de referencia del imaginario de lo “moderno”, toda diferencia se convierte en un obstáculo a ser superado. Las nociones de equidad y autonomía adquieren la connotación de lo arcaico, lo obsoleto. En esta radicalización del universalismo desaparece toda especificidad histórica. Los expertos de los organismos financieros internacionales pueden saltar de país en país e indistintamente asesorar a Rusia, Polonia o Bolivia en las virtudes del mercado. La economía es una ciencia, los lugares, la gente, las costumbres en la cuales ésta opera son un accidente de menor importancia ante la universalidad de sus leyes objetivas. 

Es otro el potencial de la postmodernidad. A diferencia del carácter monolítico de las formulaciones teóricas neoliberales, los efectos de la postmodernidad en los problemas destacados en este texto han sido ambiguos. Esta abarca una amplia gama de perspectivas, propuestas de método y sensibilidades que ofrecen tanto amplias y ricas potencialidades, como nuevos obstáculos y riesgos para la meta de repensar el continente. 

Las corrientes principales del pensamiento postmoderno (y su recepción en el continente) no han sido capaces de escapar los límites de la narrativa eurocéntrica occidental en la cual está, en lo esencial, ausente la incorporación del efecto de la experiencia imperial y colonialiv. De acuerdo a Gayatri Chakravorty Spivak, algunas de las críticas más radicales que se originan en el Occidente en la actualidad son el resultado de un deseo de conservar al “sujeto de Occidente o al Occidente como sujeto”, al pretender que éste carece de “determinaciones geopolíticas” (1994, p. 66). Explorando las posiciones de Foucault y Deleuze, concluye que sus aportes están severamente restringidos por el hecho de ignorar tanto la violencia epistémica del imperialismo, como la división internacional del trabajo. Argumenta Spivak que al asumir la versión del Occidente autocontenido, se ignora su producción por el proyecto imperialista (1994, p. 86). En estas visiones la crisis de la historia europea 
asumida como universal
, se convierte en la crisis de toda historia. La crisis de los metarelatos de la filosofía de la historia, de la seguridad en sus leyes, se convierte en la crisis de todo futuro. La crisis de los sujetos de esa historia es la disolución de todo sujeto. El desencanto de una generación marxista que vivió en carne propia el derrumbe político y teórico del marxismo/socialismo y sufrió existencialmente el trauma del reconocimiento del gulag, son convertidos en escepticismo universal y en el fin de los proyectos y de la política, justificadora de una actitud cool de no compromiso en la cual está ausente la indignación ética ante la injusticia. En reacción al estructuralismo, economicismo y determinismo, se enfatizan los procesos discursivos y de creación de sentido tan unilateralmente que desaparecen del mapa cognitivo las relaciones económicas y toda noción de explotación. 

La crisis de los modelos políticos y epistemológicos totalizantes conduce al retraimiento hacia lo descentrado, lo parcial, lo local, haciéndose opaco el papel que en el mundo contemporáneo desempeñan poderes políticos, militares y económicos centralizados. La Guerra del Golfo no pasa de ser un gran simulacro, un espectáculo televisivo. Lo que está en crisis para estas perspectivas no es la modernidad, sino una de sus dimensiones constitutivas, la razón histórica (Quijano, 1990). Su otra dimensión, la razón instrumental, el desarrollo científico-tecnológico sin límite, el pensamiento tecnocrático y la lógica universal del mercado, no encuentran aquí ni crítica ni resistencia. La historia continúa existiendo sólo en un sentido limitado: a los países subdesarrollados todavía les queda un trecho por recorrer para llegar a la meta en la cual los aguardan los ganadores de la gran carrera universal hacia el progreso. Poco parece importar el hecho de que muchos 
quizás la mayoría de los habitantes de la tierra
no podrán llegar esa meta, dado que los patrones de consumo y niveles de bienestar material de los países centrales sólo son posibles como consecuencia de una utilización absolutamente desproporcionada de los recursos y de la capacidad de carga del planeta. No recogen estas opciones las potencialidades inmensas del reconocimiento de la crisis de la modernidad, que abren posibilidades de formas radicalmente diferentes de pensar al mundo, si entendemos la este momento histórico como crisis de las pretensiones hegemónicas del modelo civilizatorio occidental. Son otras las consecuencias de una interpretación que reconozca que no son los procesos históricos los que se agotan, sino la fantasmagórica historia universal imaginada por Hegel. 

Serían otras las implicaciones para el mundo no occidental, y para los sujetos subordinados, excluidos, negados en todo el planeta, si el colonialismo, el imperialismo, el racismo, el sexismo, no fuesen pensados como lamentables subproductos de la modernidad europea, sino como parte de sus condiciones de posibilidad. Es otra la mirada que le podemos dar a la llamada crisis del sujeto si asumimos que el extermino de los “nativos” y la esclavitud transatlántica, la subordinación y exclusión del Otro, no fueron sino la otra cara, el espejo necesario para la construcción del sí mismo, condición y contraste indispensable para la constitución de las identidades modernas. No recogen estas opciones las potencialidades inmensas del reconocimiento de la crisis de la modernidad, que abren posibilidades de formas radicalmente diferentes de pensar al mundo, si entendemos la este momento histórico como crisis de las pretensiones hegemónicas del modelo civilizatorio occidental. Son otras las consecuencias de una interpretación que reconozca que no son los procesos históricos los que se agotan, sino la fantasmagórica historia universal imaginada por Hegel. Serían otras las implicaciones para el mundo no occidental, y para los sujetos subordinados, excluidos, negados en todo el planeta, si el colonialismo, el imperialismo, el racismo, el sexismo, no fuesen pensados como lamentables subproductos de la modernidad europea, sino como parte de sus condiciones de posibilidad. Es otra la mirada que le podemos dar a la llamada crisis del sujeto si asumimos que el extermino de los “nativos” y la esclavitud transatlántica, la subordinación y exclusión del Otro, no fueron sino la otra cara, el espejo necesario para la construcción del sí mismo, condición y contraste indispensable para la constitución de las identidades modernas. 

Son estas lecturas las que desde diversas partes del mundo realizan en forma muy heterogénea los estudios subalternos (Guha y Spivak, 1988); el análisis del discurso colonial y la teoría postcolonial (Spivak, 1988; Williams y Chrisman 1994); el afrocentrismo (Asante, 1987 y 1992; Diop, 1974 y 1981). Se transciende en estas interpretaciones la noción eurocéntrica de la crisis de la modernidad y se exploran otros espacios, aparecen otras voces, historias y sujetos que no tenían cabida en el proyecto occidental universalizante. Estas vertientes teóricas comparten con las posturas postmodernas algunas preocupaciones y énfasis metodológicos como la crítica al determinismo y al economicismo, la centralidad tanto del estudio de los procesos culturales y simbólicos, como del análisis de los discursos y las representaciones. Igualmente algunos autores considerados fundantes de las vertientes postmodernas 
particularmente Foucault
han tenido una significativa influencia en algunas de estas posturas que globalmente podrían ser caracterizadas como postcoloniales. Es este el caso, por ejemplo, de una de las obras seminales de estas perspectivas, El Orientalismo, de Edward Said (1979). 

Se presentan aquí algunas disyuntivas y opciones de estrategia intelectual en relación a las formas en las cuales deben ser abordados, desde el pensamiento social latinoamericano, los retos que plantea la crisis de la modernidad. En vista de que, como dice Said: “Ha llegado un momento en nuestro trabajo en el cual ya no podemos ignorar los imperios y el contexto imperial de nuestros estudios.” (Said, 1993, p. 6), es indispensable interrogarse sobre la medida en que las perspectivas teóricas postmodernas ofrecen un marco de referencia adecuado para transgredir los límites coloniales de los saberes modernos. 

Los asuntos a los cuales se refieren las propuestas postcoloniales han sido formulados y retomados en diferentes momentos de la historia del pensamiento social latinoamericano en este siglo. (Martí, 1987; Mariátegui, 1979; Fals Borda, 1970; Retamar, 1976)v. Ha habido un extraordinario desarrollo en los últimos lustros asociado a la revitalización de las luchas de los pueblos indígenasvi. Y sin embargo, paradójicamente, es ésta una preocupación relativamente marginal en el mundo académico fuera de la antropología y algunas áreas de las humanidades. La herencia de las ciencias sociales modernas continúa siendo asumida como “lo mejor el pensamiento universal”, que debe ser aplicada creativamente al estudio de las realidades del continente. Consecuencia tanto de las dificultades institucionales y de comunicación, como de las orientaciones universalistas prevalecientesvii (¿colonialismo intelectual? ¿cosmopolitanismo subordinado?), existe hoy en la academia latinoamericana poco diálogo con la vigorosa producción intelectual de la India, de muchas regiones de África y de académicos de estas regiones que están residenciados en Europa o los Estados Unidos. Los puentes más efectivos entre estas tradiciones intelectuales está siendo ofrecida hoy por latinoamericanos que trabajan en universidades norteamericanas (Escobar, 1995; Walter Mignolo, 1996a y 1996b; Coronil, 1996). 

En América Latina, como en el resto del mundo, la creación artística y literaria y los estudios culturales no han estado amarrados por los sesgos impuestos por los moldes disciplinarios y regímenes de verdad de las ciencias sociales. Han sido por ello, mucho más permeables a la diversidad y la posibilidad de miradas no coloniales sobre este continente. Constituyen hoy un espacio particularmente rico desde los cuales asumir los retos de abrir e impensar las ciencias sociales que nos formula Immanuel Wallerstein (1991). 

Poscriptum: El informe Gulbenkian 

El informe Gulbenkian (Wallerstein, 1996) realiza un aporte fundamental a esta discusión al contextualizar tanto temporal como espacialmente el proceso de constitución y consolidación institucional de las disciplinas de las ciencias sociales, tal como hoy las conocemos. Es necesario, sin embargo, ir más allá y explorar todas las implicaciones que tiene para el conocimiento del mundo de hoy el hecho de que esas disciplinas fuesen establecidas de esa manera. 

Como señala dicho texto, las ciencias sociales modernas se desarrollaron en Inglaterra, Alemania, Francia, Italia y los Estados Unidos, y se ocupaban de “describir la realidad de esos mismos cinco países” (Wallerstein, 1996, p. 23). Del hecho de que el resto del mundo fuese segregado a ser estudiado por otras disciplinas 
la antropología y el orientalismo
(Wallerstein, 1996, pp. 23-28), no es posible concluir, sin embargo, que esos otros territorios, culturas y pueblos no estuviesen presentes como referente implícito todas las disciplinas. La separación entre los estudios de los euro-norteamericanos y los otros se hace sobre el supuesto de diferencias esenciales entre unos y otros. El problema que plantea el eurocentrismo de las ciencias sociales no es sólo que sus categoría fundamentales fueron desarrolladas para unos lugares y luego fueron posteriormente utilizadas más o menos creativa o rígidamente para el estudio de otras realidades. De ser así, bastaría con un conocimiento local, nativo
latinoamericano
para superar sus límites. El problema reside en el imaginario colonial a partir del cual construye su interpretación del mundo, imaginario que ha permeado a las ciencias sociales de todo el planeta haciendo que la mayor parte de los saber sociales del mundo periférico sea igualmente eurocéntricoviii. En esas disciplinas se naturaliza la experiencia de las sociedades europeas: su organización económica 
el mercado
es la forma “natural” de la organización de la producción, corresponde a “una psicología individual universal” (Wallerstein, 1996) p. 20); su organización política 
el Estado europeo
es la forma “natural” de la existencia política. 

Los diferentes pueblos del planeta están organizados según una noción del progreso en sociedades jerárquicamente más avanzadas, superiores, modernas, y otras sociedades más atrasadas, tradicionales, no modernas. En este sentido, la sociología, la teoría política, y la economía no han sido menos coloniales ni menos liberales, que lo que lo han sido la antropología y el orientalismo, en los cuales estos supuestos han sido develados más fácilmente. Es esta la base del complejo cognitivo e institucional del desarrolloix. 


No es lo mismo asumir que el patrimonio de las ciencias sociales es parroquial, que concluir que es colonial: las implicaciones son totalmente diferentes. Si se trata de un patrimonio parroquial, hay que plantearse el expandir el campo de cobertura de las experiencias y realidades estudiadas para completar unas teorías y métodos del conocer que son adecuadas para determinados lugares y tiempo, y menos adecuadas para otros. Es diferente el problema que se plantea cuando concluimos que nuestro conocimiento tiene carácter colonial y está asentado sobre supuestos que implican procesos sistemáticos de exclusión y subordinación. 

Reconocer el carácter colonial de los saberes sociales hegemónicos en el mundo contemporáneo plantea retos más exigentes y más complejos que lo que podría suponerse a partir de las conclusiones del Informe Gulbenkian. Estos saberes están compleja, pero inseparablemente, imbricados en las articulaciones del poder en el mundo contemporáneo. El diálogo con otros sujetos y otras culturas no se logra sino muy parcial y tímidamente mediante la incorporación de representantes de esos sujetos y culturas otrora excluidos de la ciencias sociales. Esto supone largos procesos de aprendizajes y socialización en determinados regímenes de verdad a fin de los cuales puede suponer que sólo podrán darse críticas “internas” a la disciplina. Dadas, por ejemplo, las acotaciones actuales de la economía, son limitadas las posibilidades de formulación desde esa disciplina de alternativas radicalmente diferentes a las formuladas por el pensamiento liberal. La cosmovisión liberal (concepción de la naturaleza humana, de la riqueza, de relación hombre-naturaleza), está incorporada como premisa en la constitución disciplinaria de ese campo de conocimiento. 

El logro de efectivas comunicaciones interculturales horizontales, democráticas, no coloniales 
y por lo tanto, libres de dominación, subordinación, y exclusión
requería trascender el debate al interior de las disciplinas oficiales de las ciencias modernas y abrirse a diálogos con otras culturas y otras formas de conocimiento. Aquí, aparte de rigideces epistemológicas y del inmenso peso de la inercia institucional, los principales obstáculos son de naturaleza política: las posibilidades de una comunicación democrática están severamente limitadas por las profundas desigualdades de poder existentes entre las partes. 


Referencias bibliográficas 

Bernal, M. (1987), Bloc Athene. The Afroasiático Roots of Classical Civilization. I. The Fabrication of Ancient Greece 1785-1985, New Brunswick: Rutgers University Press. 9 

Coronil, F. (1996), “Beyond Occidentalism: Toward Nonimperial Geohistorical Categories”, Cultural Anthropology, Vol. 11, N1 1, 51-87. 

Escobar, A. (1995), Encountering Development. Making and Unmaking of the Third World, Princeton: Princeton University Press. 

Fals Borda, O. (1970), Ciencia propia y colonialismo intelectual, México: Editorial Nuestro Tiempo. 

Kuper, A. (1988), The Invention of Primitive Society: Transformations of an Illusion, London: Routledge. 

Lander, E. (1997), La democracia en las ciencias sociales contemporáneas, Serie Bibliográfica FOBAL-CS N1 2, Caracas: Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela e Instituto Autónomo Biblioteca Nacional. 

Mariátegui, J.C. (1979), 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, Caracas, Biblioteca Ayacucho. 

Martí, J., (1985), Nuestra América, Caracas: Biblioteca Ayacucho. 

Mignolo, W. (1996a), APosoccidentalismo: las epistemologías fronterizas y el dilema de los estudios (latinoamericanos) de área)@, Revista Iberoamericana, LXII, 176-177, 676-696. 

Mignolo, W. (1996b), “Herencias coloniales y teorías postcoloniales” en Beatriz González Stephan (compiladora) Cultura y Tercer Mundo. 1 Cambios en el saber académico, Caracas: Editorial Nueva Sociedad, 99-136. 

Quijano, A. (1990), Modernidad, identidad y utopía en América Latina, Quito: Editorial El Conejo. 

Quijano, A. (1992), “ΥRazaΥ, ΥétniaΥ y ΥnaciónΥ en Mariátegui: cuestiones abiertas”, José Carlos Mariátegui y Europa: La otra cara del descubrimiento, Lima: Amata. 

Ranajit, G. y G. C. Spivak (1988), Selected Subaltern Studies, New York: Oxford University Press. 

Retamar, R.F. (1976), “Nuestra América y Occidente”, Casa de las Américas, XVI, 98, 36-57. 

Said, E.(1993), Culture and Imperialism, New York: Vintage Books. 


Said, E.(1979) Orientalism, New York: Vintage Books. 10 

Slater, D. (1994), “Exploring Other Zones of the Postmodern” en A. Rattansi y S. Westwood (eds), Racism, Modernity and Identity. On the Western Front, Cambridge: Polity Press,87-125. 

Spivak, G.C. (1988) In Other Worlds. Essays in Cultural Politics, New York: Routledge. 

Spivak, G.C. (1994), “Can the Subaltern Speak?”, en William, P. y L. Chrisman (eds.), Colonial Discourse and Post-Colonial Theory. A Reader, New York: Columbia University Press, 66-111. 

Notas 

i. Una versión preliminar de este texto será publicada en el número especial de la revista Nueva Sociedad con motivo de la celebración de sus 25 años. 

ii. La eficacia de este orden discursivo colonial no ha sido 
evidentemente
uniforme, su hegemonía no ha estado libre de contestación. La Revolución Mexicana es en América Latina el caso paradigmático de la presencia de otras voces y miradas como parte de un proceso de profunda convulsión social. 

iii. Como aspecto positivo, desde el punto de vista de los temas que aquí se discuten, destaca el hecho de que estos nuevos contextos institucionales son mucho más flexibles que los departamentos universitarios, predominando el abordaje en base a problemas, sobre los nítidos deslindes disciplinarios. 

iv. En palabras de David Slater, “...el etnocentrismo occidental no termina con lo moderno, y que su presencia en lo postmoderno requiere mucho más análisis crítico.” (Slater, 1994. p. 88). En este trabajo Slater analiza las limitaciones eurocéntricas de algunos de los autores más representativos del pensamiento postmoderno: Foucault, Baudrillard, Rorty y Vattimo. 

v.Para un aporte más reciente, ver: Quijano, 1992. 

vi. La expresión más rica de estos debates es la abundante colección de revistas y libros que sobre una amplia gama de asuntos relacionados con los pueblos indígenas ha venido publicando en Quito la editorial Abya Yala durante los últimos años. 

vii. Esto es, asumir lo occidental-liberal como lo universal. 

viii. De hecho algunas del las críticas más radicales y sólidas al eurocentrismo de las ciencias sociales están siendo formuladas en la actualidad desde la academia de Europa y sobre todos los Estados Unidos (Bernal, 1987; Stocking, 1987; Young, 1990 y 1995). 

ix. Para un estudio extraordinariamente rico del proceso de creación del discurso e imaginario del desarrollo en la post-guerra, y su compleja y eficaz institucionalidad internacional, ver: Arturo Escobar, 1995.