Historia Europea
El despotismo ilustrado
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la ilustración se alió con el absolutismo. Inspirados por los filósofos, monarcas absolutos como Federico II el Grande de Prusia, José II de Austria y Catalina II de Rusia, se modelaron a sí mismos en el ideal del rey filósofo e intentaron, con distintos niveles de éxito, utilizar el poder al servicio del bien común. A pesar de su sinceridad, su mayor éxito fue radicalizar aún más el absolutismo. Bajo su mando, el particularismo político continuó su retirada ante el avance de la uniformidad legal a través de los códigos de leyes y las regulaciones administrativas y burocráticas. Efectivamente, hubo un resurgir aristocrático durante el siglo, pero los aristócratas debían su nueva vitalidad a su obligación de servir al Estado. En resumen, bajo los monarcas absolutos ilustrados la centralización del poder se desarrolló rápidamente; en un auténtico esfuerzo por mejorar el bienestar de sus súbditos, los déspotas ilustrados introdujeron aún más el poder del Estado en la existencia diaria. En España, bajo Carlos III florecieron las artes y las letras amparados por gobiernos dirigidos por políticos excelentes, como el conde de Aranda, el conde de Campomanes, Gaspar Melchor de Jovellanos y el conde de Floridablanca, amigos y seguidores de los ilustrados franceses y de los nuevos ideólogos ingleses.
La era de las revoluciones
Hacia finales del siglo XVIII la concentración de poder en manos del monarca comenzó a ser desafiada. La rebelión europea contra el absolutismo se intensificó con el éxito de la guerra de la Independencia estadounidense y la creación de los Estados Unidos y por el auge de la burguesía inglesa, el cual coincidió con la Revolución Industrial. Esta rebelión cristalizó por primera vez en Francia, en 1789, y desde allí se extendió por todo el continente durante el siglo siguiente.
Primera etapa de la revolución industrial (1760-1860)
Esta primera etapa se caracteriza por constituirse en un proceso de transformación económico, social y tecnológico que cambió definitivamente el sistema feudal europeo y dio origen a un nuevo régimen social de producción fabril a gran escala, como consecuencia de la innovación tecnológica y la división social del trabajo. Esta primera etapa se basó en la manufactura.
Durante esta primera etapa la revolución industrial tuvo como eje a Inglaterra (monopolio); en torno a ella se edificó toda la economía mundial lo que le permitió alcanzar temporalmente mucha influencia y poder.
Origen de la primera revolución industrial
A).-Las nuevas ideas que favorecían la iniciativa empresarial mediante la libre competencia expresada en las teorías planteadas por el liberalismo económico. La participación del Estado queda reducida a garantizas la competencia entre empresas.
B).-El desarrollo de los elementos técnicos y científicos para iniciar la producción en serie. Ejemplo: máquina de vapor (XVIII) (Aplicación de la fuerza motriz a la industria)
C).-El comercio internacional se liberaliza y especializa; algunos países producen bienes industriales y otros materias primas y alimentos, esto es inevitable (Mecanización de la agricultura y la industria)
A partir de esas condiciones se inicia el desarrollo industrial que se caracterizó por la existencia de un sector líder, la industria de textiles de algodón. En esta etapa se desarrolla una nueva clase social; el proletariado, formada por aquellos hombres que venden su fuerza de trabajo en las fábricas e industrias a cambio de un salario que les permita subsistir, es decir, alimentarse y aumentar la población. Simultáneamente apareció una clase de profesionales, los primeros ingenieros, quienes preparados técnicamente, asumieron la función de dirigentes en el proceso de producción.
La revolución industrial y el nacimiento del capitalismo En la configuración de la teoría sociológica tan importante fue la revolución política como la revolución industrial, que se produjo en muchas sociedades occidentales principalmente durante el siglo XIX y principios del XX.
La revolución industrial no constituye un único acontecimiento, sino muchos desarrollos interrelacionados que culminaron en la transformación del mundo occidental, que pasó de ser un sistema fundamentalmente agrícola a otro industrial. Gran cantidad de personas abandonaron las granjas y el trabajo agrícola para ocupar los empleos industriales que ofrecían las nuevas fábricas. Estas fábricas habían experimentado también una transformación debido a la introducción de mejoras tecnológicas. Se crearon inmensas burocracias económicas para proporcionar los múltiples servicios que requerían la industria y el naciente sistema económico capitalista.
El ideal de esta economía era un libre mercado en el que pudieran intercambiarse los diversos productos del sistema industrial. En este sistema unos pocos obtenían enormes ganancias, mientras la mayoría trabajaba gran cantidad de horas a cambio de bajos salarios. La consecuencia de ello fue la reacción contra el sistema industrial y contra el capitalismo en general, lo que condujo a la creación del movimiento obrero, así como de una diversidad de movimientos radicales cuyo objetivo era derrocar el sistema capitalista.
La revolución industrial, el capitalismo, y la reacción contra ellos desencadenaron una enorme revuelta en la sociedad occidental, una revuelta que afectó profundamente a los sociólogos. Cuatro figuras principales de la historia de la teoría sociológica clásica Karl Marx, Max Weber, Emile Durkheim y Georg Simmel, así como otros muchos pensadores de menor importancia, se sentían preocupados por estos cambios y por los problemas que habían creado al conjunto de la sociedad. Pasaron sus vidas estudiando estos problemas y en muchos casos se esforzaron por desarrollar programas que pudieran resolverlos.
Revoluciones políticas
La larga serie de revoluciones políticas que, desencadenadas por la Revolución Francesa de 1789, se produjeron a lo largo del siglo XIX constituyó el factor más inmediato de la aparición de la teorización sociológica. La influencia de estas revoluciones en muchas sociedades fue inmensa, y de ellas se derivaron muchos cambios positivos. Sin embargo, lo que atrajo la atención de muchos de los primeros teóricos no fueron las consecuencias positivas de esos cambios, sino sus efectos negativos.
Estos escritores se sintieron particularmente preocupados por el caos y el desorden resultantes, sobre todo en Francia. Sentían al unísono un deseo de restaurar el orden de la sociedad. Algunos de los pensadores más extremistas de este periodo anhelaban literalmente un regreso a los pacíficos y relativamente ordenados días de la Edad Media. Los pensadores más sofisticados reconocían que el cambio social que se había producido hacía imposible ese regreso. Así, se afanaban por encontrar nuevas bases de orden en las sociedades perturbadas por las revoluciones políticas de los siglos XVIII y XIX. Este interés por la cuestión del orden social fue una de las preocupaciones principales de los teóricos clásicos de la sociología, en especial de Comte y Durkheim.
La Revolución Francesa
Aunque pueden considerarse causas económicas y sociales, que contribuyeron a su desencadenamiento, el cambio que generó fue de tipo político, ya que significó la lucha contra el absolutismo monárquico, sistema político que unificaba todo el poder del estado en la figura del soberano, que justificaba este poder despótico, como proveniente de Dios.
En el marco de una sociedad jerarquizada, compuesta por tres estados, el primero: el clero (miembros de la iglesia), el segundo: la nobleza, y el tercero: el estado llano o tercer estado, compuesto por la mayoría de la población que no integraba los dos primeros (burgueses, profesionales, empleados, mendigos, etc.), significó el despertar de una clase marginada políticamente, pero que había cobrado notoriedad gracias a la acumulación de ganancias, producto de las fábricas que habían surgido con la Revolución Industrial. Este sector era la burguesía, que integraba el último de los estados, pero que se diferenciaba del resto de sus componentes, por su capacidad económica, y por ser los únicos que solventaban los gastos del estado francés, a través del pago de impuestos, del que estaban eximidos los otros dos estados (el clero y la nobleza), que constituían clases privilegiadas.
Las ideas iluministas, desarrolladas en este período por filósofos como Montesquieu, Rousseau o Voltaire, habían sembrado la semilla de la rebeldía contra el poder dictatorial del rey. A partir de considerar a la razón y no a la fe, como fuente de conocimiento, poniendo luz al oscurantismo propio de la Edad Media, donde la gente sólo podía pensar de acuerdo a las creencias bíblicas, aparecieron ideas como las de poder del pueblo, contrato social entre el pueblo y sus dirigentes, igualdad y división de los poderes del estado.
Estas ideas iluministas, hicieron sentir su influencia sobre los burgueses, llamados así porque vivían en los burgos o ciudades, que habían alcanzado poder económico y por lo tanto, querían adquirir también participación política.
Estando Francia ante una crisis económica, el rey decidió imponer nuevos impuestos. Conocedor de la situación de agitación existente entre la burguesía, no quiso poner en riesgo su poder, y decidió esta vez, que fueran los nobles los que abonaran la nueva carga forzosa. Estos, acostumbrados a la situación privilegiada, que habían mantenido hasta entonces, exigieron al rey la convocatoria a los estados generales, reunión de los tres estados, para resolver asuntos de importancia, con la convicción de que puesta a votación la implementación de estos impuestos, serían desechados. Su certeza se basaba en que en los estados generales, se votaba por estado y no por cabeza o por persona, de este modo, tanto la nobleza como el clero se opondrían, ya que no querían renunciar a sus privilegios y sólo el tercer estado los aprobaría, ya que por fin, no les correspondería a ellos soportar el gravamen. Por lo tanto los votos serían dos contra uno, a favor de la no imposición de impuestos a la nobleza.
Sin embargo, la burguesía, conocedora de esta situación, exigió que se votara por cabeza y no por estado, ya que de ese modo, al ser muchos más los integrantes del tercer estado, obtendrían la victoria.
Al no lograr que hicieran lugar a su pedido, los burgueses se separaron de la reunión de estados generales, para formar su propia reunión, a la que denominaron Asamblea Nacional.
El 20 de junio de 1789, los representantes del tercer estado juraron mantenerse unidos hasta lograr el establecimiento de una constitución.
El 14 de julio de 1789, el pueblo de París, realizó la toma de la Bastilla, una vieja fortaleza donde se encarcelaba a los opositores del rey, y se apropió de la harina que allí se almacenaba. No fue un gran logro, ya que allí sólo había en ese momento siete prisioneros, pero se convirtió en un símbolo de la lucha contra el poder real.
El 4 de agosto de 1789, los diputados reunidos en la Asamblea Nacional abolieron legalmente el orden feudal, los privilegios de la nobleza y del clero y los tributos personales que los siervos debían entregarles. A partir de este momento, los nobles deberían pagar impuestos.
Entre el 20 y el 26 de agosto de 1789, se proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por parte de la Asamblea Constituyente francesa, aceptada por el Rey de Francia el 5 de octubre de 1789. En ella, se establecía la igualdad de los ciudadanos ante la ley y aseguraba la libertad de comercio y la propiedad privada. Estas ideas concretaban los ideales revolucionarios que eran los de libertad, igualdad y fraternidad.
Dentro de la Asamblea se distinguían dos grupos: el de la burguesía más adinerada, llamados girondinos, que tenían ideas moderadas, o sea, los cambios que proponían eran limitar el poder real, sin quitarle totalmente el mando y que el derecho a voto no alcanzara a los ciudadanos más pobres; y el de los jacobinos, burgueses profesionales o pequeños comerciantes, que querían eliminar la monarquía y establecer una república democrática con voto igualitario y para todas las clases sociales.
La Constitución dictada el 3 de septiembre de 1791, consagró el triunfo de los girondinos, pues estableció un gobierno monárquico parlamentario y consagró el derecho a voto sólo a aquellos ciudadanos que pagaran impuestos.
En 1792, Francia debió enfrentar conflictos bélicos con Austria y Prusia, que sentían sus monarquías amenazadas, por las nuevas ideas democráticas que habían surgido con la revolución.
Entre 1792 y 1794, los jacobinos llegaron al poder, y para establecer sus ideas, impusieron un gobierno de terror que comenzó con la decapitación del rey y su familia y continuó con la de todos los opositores a la revolución.
En 1794, los jacobinos fueron desplazados del gobierno, y éste fue asumido por un Directorio, que sólo admitió el derecho a voto a las clases adineradas.
En 1799, el poder fue asumido por Napoleón, quien se coronó emperador en 1804. Dictó el Código Civil, con principios liberales y desarrolló el capitalismo.
La derrota de Napoleón en 1815, por parte de Rusia, Austria y Prusia, que habían conformado la Santa Alianza, motivó que la monarquía recobrara el poder perdido en el estado francés.
El reinado del Terror
La monarquía constitucional que había surgido en 1791 era tan insatisfactoria para el rey como para los jacobinos, una facción de los revolucionarios. En la Asamblea Legislativa (1791-1792), éstos y los girondinos (otra facción revolucionaria menos radical) propugnaron establecer una república, al mismo tiempo que preparaban una declaración de guerra contra Austria (abril de 1792). Cuando las tropas francesas sufrieron reveses iníciales, la temperatura revolucionaria subió todavía más y, en septiembre, la recién formada Convención Nacional proclamó la República en Francia. El 21 de enero de 1793, Luis XVI fue ejecutado y durante el año y medio siguiente, el país fue gobernado por dirigentes revolucionarios, cuyos sueños de perfección moral y odio a la hipocresía inspiraron un periodo conocido como reinado del Terror, que convirtió a la guillotina en el símbolo del mesianismo político. La furia moral del Comité de Salvación Pública no conoció fronteras territoriales, y sus miembros llevaron a cabo una escalada de guerras contra una coalición de potencias europeas cuyo absolutismo chocaba con sus ideales revolucionarios. Su éxito puede atribuirse en parte a la conscripción obligatoria instituida en agosto de 1793, que demostró el terrible potencial militar de una nación en armas. No obstante, el miedo invadió finalmente al propio Comité; en julio de 1794 Maximilien de Robespierre, su máximo dirigente, fue arrestado y ejecutado. Durante la reacción posterior, los franceses olvidaron pronto ‘la república de la virtud’ y dieron la bienvenida a una nueva etapa casi como un símbolo de libertad.
Liberalismo, nacionalismo y socialismo
Tras la derrota de Napoleón, los aliados victoriosos se reunieron en Viena, decididos a restaurar el antiguo orden (véase Congreso de Viena). El ministro de asuntos exteriores austriaco Klemens von Metternich, que defendía el principio de legitimación, restauró a los Borbones en Francia, aseguró la hegemonía de los Habsburgo en las zonas de habla alemana e italiana de Europa central y forjó un acuerdo general para vigilar el continente contra cualquier alteración revolucionaria. Metternich trató de ayudar al monarca absolutista español Fernando VII en sus pretensiones de recuperar sus dominios americanos, pero tuvo que enfrentarse a la resistencia de los ingleses, que apoyaban a los insurgentes en la América española. No obstante, su autoritaria actuación sólo fue una acción de contención. Las ideas revolucionarias europeas siguieron actuando en la sombra, conspirando con la ayuda del auge de la industrialización y una población en rápido crecimiento para impedir cualquier intento de vuelta atrás.
La imaginación romántica resultó afectada por el drama conmovedor de la revolución y la guerra. Los románticos, que rechazaron el cálculo racional y el control clásico, inventaron un Napoleón idealizado y confirieron al liberalismo, al socialismo y al nacionalismo un fervor emotivo. Como herederos de la ilustración y representantes de la burguesía, los liberales (concepto acuñado en las Cortes de Cádiz, en 1812) hicieron campaña en favor del gobierno constitucional, la educación secular y la economía de mercado, que liberaría a las fuerzas productivas del capitalismo. Su llamamiento, aunque real, se limitaba sólo a un segmento relativamente pequeño de la población y pronto fue eclipsado por el mensaje de ideologías rivales, en parte a causa de su indiferencia hacia la cuestión social, a la que socialistas utópicos como Charles Fourier, Henri de Saint Simon y Robert Owen ofrecieron provocativas, si bien fantásticas, respuestas. Y lo que es más, el liberalismo fracasó en generar el tipo de entusiasmo exaltado que surgió con la aparición de la conciencia nacional. Activado por la Revolución Francesa, Napoleón y las obras del historiador alemán Johann Gottfried von Herder, el nacionalismo romántico superó a todas las ideologías en liza, en especial al este del Rin. Mientras el cristianismo empezaba a perder su influencia sobre las vidas individuales, dirigentes como Giuseppe Mazzini, en Italia y Adam Mickiewicz, en Polonia fueron capaces de imponer en la conciencia nacional un carácter mesiánico. En España, la revolución liberal que implantó la primera Constitución duró muy poco. El rey Fernando VII volvió a implantar el absolutismo en 1814 y tuvo que enfrentarse a la revuelta de los liberales, que lograron imponer su política entre 1820 y 1823, durante el llamado Trienio Liberal.
Revoluciones y socialismo científico
A pesar de la vigilancia de Metternich, algunas de estas ideologías no pudieron ser eliminadas y entre 1815 y 1848 Europa fue sacudida por tres crisis revolucionarias. En 1848 las llamas de la revuelta se extendieron a lo largo de toda Europa, con la excepción de Gran Bretaña, Rusia y la península Ibérica. Sin embargo, cuando las cenizas se enfriaron finalmente, estaba claro que la revolución romántica se había consumido a sí misma. Efectivamente, Metternich había sido expulsado de Austria y en Francia se había proclamado la Segunda República francesa, pero la mayoría de los levantamientos fracasaron, y los sueños revolucionarios se habían frustrado para convertirse en realidades. No obstante, la época de la Restauración llegó a su fin. Los ferrocarriles, la industrialización y la próspera población urbana estaban alterando el paisaje de Europa al mismo tiempo que el pensamiento materialista comenzó a desafiar la primacía romántica de la poesía y la filosofía. La ciencia se estaba convirtiendo en un lema, la garantía del progreso inexorable. En 1851, la Gran Exposición de Londres rindió homenaje a los logros técnicos del siglo. Charles Darwin, a pesar de su visión de una naturaleza salvaje, predicó la "supervivencia de los más aptos". Karl Marx y el revolucionario alemán Friedrich Engels se mofaron del socialismo utópico y elaboraron un socialismo ‘científico’ fundamentado en propuestas más radicales de transformación de la sociedad.
El nacimiento del socialismo
La serie de cambios cuyo objetivo era solucionar los excesos del sistema industrial y del capitalismo pueden agruparse bajo el término «socialismo». Aunque algunos sociólogos apoyaron el socialismo como la solución a los problemas industriales, la mayoría se manifestó personal e intelectualmente en contra de él. Por un lado, Karl Marx apoyaba activamente el derrocamiento del sistema capitalista y su sustitución por un sistema socialista. Aunque no desarrolló una teoría del socialismo per se, invirtió una gran cantidad de tiempo en criticar varios aspectos de la sociedad capitalista. Además, estuvo implicado en diversas actividades políticas que esperaba dieran como resultado el nacimiento de las sociedades socialistas.
Sin embargo, Marx constituye una figura atípica de los primeros años de la teoría sociológica. La mayoría de los primeros teóricos, como Weber y Durkheim, se opuso al socialismo (al menos, así lo creía Marx). Aunque reconocían los problemas de la sociedad capitalista, se afanaban por encontrar una reforma social dentro del capitalismo, antes que apoyar la revolución social que proponía Marx. Temían al socialismo más que al capitalismo. Este temor jugó un papel mucho más importante en la configuración de la teoría sociológica que el apoyo de Marx a la alternativa socialista al capitalismo. Como veremos, en muchos casos la teoría sociológica se desarrolló de hecho como una reacción contra la teoría socialista en general, y contra la marxiana en particular
La política pragmática
En política, la antorcha pasó a los partidarios de la realpolitikSu fracaso final en el empeño por aislar la diplomacia de la pasión nacional preparó el camino de la I Guerra Mundial. (en alemán, ‘política pragmática’). Así, el liberal, pero pragmático, Camillo Benso di Cavour tuvo éxito donde Mazzini había fracasado; unificó Italia al combinar una hábil diplomacia con el uso de ejércitos regulares. Al rechazar el desafío cerrado a compromisos del revolucionario húngaro Lajos Kossuth, el político húngaro Ferenc Deák negoció la autonomía de Hungría en el contexto de la monarquía de los Habsburgo. En Francia, Napoleón III forjó un gobierno autoritario en el que aunó progreso económico (industrialización) y social (programas de bienestar público) con disciplina política y orden social. Por otra parte, se produjo el hecho más importante del tercer cuarto de siglo, cuando Otto von Bismarck unificó Alemania. Convencido de que las grandes problemas de su tiempo sólo podrían ser resueltos con "sangre y hierro", utilizó las guerras contra Dinamarca, Austria y Francia para convertir el nuevo Estado nacional alemán en una de las principales potencias de Europa. Sin embargo, incluso el legendario canciller, un patriota prusiano indiferente a las ideologías, fue obligado a hacer concesiones a los socialistas y los liberales.
En España, el siglo XIX, tras la muerte de Fernando VII, la pérdida de todos los dominios americanos y el enfrentamiento entre liberales y conservadores fue un época de graves convulsiones políticas. La Gloriosa Revolución de 1868 provocó la caída de la monarquía de Isabel II, el advenimiento de la Primera República y la Restauración de la monarquía, en 1874, con el reinado de Alfonso XII, hijo de Isabel II.
El siglo XX
Para la mayoría de los europeos la época comprendida entre 1871 y 1914 fue la Belle Époque. La ciencia había hecho la vida más cómoda y segura, en un principio el gobierno representativo había conseguido una gran aceptación y se esperaba con confianza el progreso continuo. Orgullosas de sus logros y convencidas de que la historia les había asignado una misión civilizadora, las potencias europeas reclamaron enormes territorios de África y Asia para convertirlos en sus colonias. No obstante, algunos creían que Europa estaba al borde de un volcán. El novelista ruso Fiódor Dostoievski, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, el psiquiatra austriaco Sigmund Freud y el sociólogo alemán Max Weber advirtieron sobre el optimismo fácil y rechazaron la concepción liberal de una humanidad racional. Tales presagios comenzaron a parecer menos excéntricos a la luz de las dudas contemporáneas que suscitaba el consenso liberal. Un nuevo y virulento brote de antisemitismo surgió en la vida política de Austria-Hungría, Rusia y Francia; en la cuna de la revolución, el caso Dreyfus amenazó con derribar la Tercera República. Las rivalidades nacionales se exacerbaron por la competición imperialista y el problema de las nacionalidades en la mitad húngara de la Monarquía Dual se intensificó debido a la política de magiarización del gobierno húngaro y la influencia de las unificaciones alemana e italiana en los pueblos eslavos.
Mientras, la clase trabajadora industrial crecía en número y fuerza organizada, y los partidos socialdemócratas marxistas presionaban a los gobiernos europeos para equiparar las condiciones y las oportunidades de trabajo. El emperador Guillermo II de Alemania apartó de su lado a Bismarck en 1890. Durante dos décadas, el ‘canciller de hierro’ había servido como el "honesto corredor de bolsa" de Europa, al realizar con gran destreza una asombrosa política de alianzas internacionales que permitieron el mantenimiento de la paz en el continente. Ninguno de sus sucesores poseía la habilidad necesaria para preservar el sistema de Bismarck, y cuando el emperador incompetente desechó la realpolitik en favor de la weltpolitik (la política imperial), Gran Bretaña, Francia y Rusia formaron la Triple Entente
No hay comentarios:
Publicar un comentario
deja tu comentario, es muy importante tu opinion