Eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano
El pensamiento político y social sobre
este continente ha estado atravesado históricamente por una tensión entre la
búsqueda de sus especificidades y miradas externas, que han visto estas tierras
desde la óptica reducida de la experiencia europea. En forma asociada se ha
dado la oposición entre la apuesta por las ricas potencialidades de este Nuevo
Mundo, y el lamento de su diferencia en contraste con el ideal representado por
la cultura y la composición racial europea. Sin embargo, las miradas externas, propiamente
coloniales y la aflicción de la diferencia han sido ampliamente hegemónicas.
EUROCENTRISMO Y COLONIALISMO EN EL
PENSAMIENTO SOCIAL LATINOAMERICANO
Edgardo Lander
El pensamiento político y social sobre
este continente ha estado atravesado históricamente por una tensión entre la
búsqueda de sus especificidades y miradas externas, que han visto estas tierras
desde la óptica reducida de la experiencia europea. En forma asociada se ha
dado la oposición entre la apuesta por las ricas potencialidades de este Nuevo
Mundo, y el lamento de su diferencia en contraste con el ideal representado por
la cultura y la composición racial europea.
Sin embargo, las miradas externas,
propiamente coloniales y la aflicción de la diferencia han sido ampliamente
hegemónicas.
Basta una revisión somera del texto de
las primeras constituciones republicanas para ver como el pensamiento liberal,
al buscar realizar un trasplante para instaurar aquí una réplica de su lectura
de la experiencia europea o norteamericana, hace abstracción de las condiciones
culturales e históricas particulares de las sociedades a propósito de las
cuales se propone legislar.
El lamento de la diferencia, la
incomodidad de vivir en un continente que no es blanco, urbano cosmopolita,
civilizado, encuentra en el positivismo su máxima expresión. Asumiendo en
bloque los supuestos y prejuicios del pensamiento europeo del siglo
pasado
el racismo científico, el patriarcado,
la idea del progreso
se reafirma el discurso colonial.
El continente es pensado desde una sola
voz, a partir de un solo sujeto: blanco, masculino, urbano, cosmopolita. El
resto, la mayoría, es un “Otro” bárbaro, primitivo, negro, indio, que nada
tiene que aportar al futuro de estas sociedades. Habría que blanquearlos y
occidentalizarlos, o exterminarlos.
La institucionalización en este siglo
de las ciencias sociales en las universidades latinoamericanas sólo alteró
parcialmente la hegemonía de este discurso. Los dogmas liberales del progreso,
desarrollo, y el binomio atraso-modernización, fueron incorporados como
premisas en una lectura que
en consecuencia
hacía pocas concesiones a la
especificidad de la realidad estudiada. La sociología de la modernización ha
sido la expresión más nítida de este positivismo científico colonial. En el
marxismo latinoamericano, Mariátegui es la máxima expresión de la tensión con
las miradas eurocéntricas, pero éstas terminan por hacerse dominantes tanto en
el mundo académico como en la acción política. Sin que sea para ello necesario
hacer un balance global de sus aportes y limitaciones, es posible afirmar que
el intento más original de abordar colectivamente, desde perspectivas propias
el diagnóstico y las propuestas de futuros posibles para estas sociedades, lo
constituyen las formulaciones teóricas desarrolladas a partir del
estructuralismo de la CEPAL y del enfoque de la dependencia en las décadas de
los sesenta y los setenta.
En las ciencias sociales de esas
décadas hay una fuerte vertiente que se diferencia de las prácticas
metropolitanas no sólo por sus contenidos y problemas, sino también por su
estilo intelectual. No se establecen deslindes absolutos entre los juicios de
hecho y los juicios de valor propios de las ciencias positivistas, y no se le
teme a la asociación entre producción de conocimiento y compromiso político.
Las barreras entre los compartimientos disciplinarios, característicos en
especial de las ciencias sociales norteamericanas, se hacen en extremo porosas.
Más que aproximaciones interdisciplinarias o multidisciplinarias, tienden a
respetarse poco esas demarcaciones. Sobre la indagación empírica y la
cuantificación, prima el esfuerzo interpretativo global que busca dar cuenta de
los procesos históricos, políticos, sociales y culturales, como realidad que no
podía ser descompuesta en compartimientos estancos. Las categorías conceptuales
más importantes de las ciencias sociales latinoamericanas de la época, muchas
de ellas originales de éstas, ilustran las direcciones y la riqueza de las
búsquedas que caracterizaron a esa producción intelectual: dependencia,
colonialismo interno, heterogeneidad estructural, pedagogía del oprimido,
marginalidad, explotación, investigación-acción, colonialismo intelectual, imperialismo,
liberación. Consecuencia, sin duda, del contexto político internacional
particularmente los procesos de
descolonización y el tercer mundismo
las ciencias sociales latinoamericanas
interrumpen su diálogo exclusivo con las de los países centrales y
por única vez en su historia
se nutren de, y sobre todo enriquecen,
la producción de los otros continentes del mundo periférico. Sin embargo, ésta
producción teórica permaneció al interior del metarelato universal de la
modernidad y del desarrollo, y no logró asumir sino tímidamente las
consecuencias del pluralismo de historias, culturas y sujetos existentes en el
continente.
En los últimos lustros ha sido clara la
tendencia a la reversión de estos intentos de pensar al continente desde sí mismo,
y a la readopción de las perspectivas, metodologías y visiones del mundo
eurocéntricas. No se trata sólo de procesos internos a las ciencias sociales.
Estos desplazamientos ocurren en un contexto de derrota de los movimientos
revolucionarios y reformistas, la impronta profunda de la experiencia
autoritaria del Cono Sur, la crisis del marxismo, el colapso del socialismo
real, y la consecuente pérdida de la confianza utópica.
Un aspecto central de los cambios
ocurridos en las ciencias sociales son sus transformaciones institucionales. En
los países el Cono Sur las ciencias sociales fueron prácticamente expulsadas de
las universidades, con consecuencias que aún después del retorno a la
democracia, sería difícil sobreestimar. Se produjo una severa ruptura entre la
historia anterior y las nuevas generaciones
de estudiantes. El desplazamiento hacia
los centros privados, el trabajo de investigación con financiamiento externo,
los informes sobre asuntos acotados a ser presentados en plazos perentorios,
representaron cambios fundamentales de estilo intelectual cuyas consecuencias
han sido ampliamente reconocidasiii.
En otros países la expansión violenta
de la matrícula estudiantil, el colapso presupuestario y la trasformación de
los recintos universitarios en arena privilegiada de confrontación política, territorio
de reflujo de organizaciones de izquierda derrotadas en otros espacios de la
sociedad, condujo a un profundo deterioro de la vida académica. El potencial de
la universidad como ámbito para la creación de conocimiento alternativo fue
sacrificado en función de un gremialismo y utilitarismo político a corto plazo
que todavía representa un gran lastre para estas instituciones. Los actuales
procesos de reforma de las universidades forman parte de una necesaria
recuperación de estos espacios para la producción intelectual. Sin embargo, las
tendencias que hoy dominan apuntan en direcciones inquietantes. En primer
lugar, la actual institucionalización no cuestiona los nítidos deslindes
disciplinarios de las ciencias sociales. La construcción del conocimiento a
partir de los paradigmas del siglo XIX establece severas barreras a la
posibilidad de pensar fuera de los límites definidos por el liberalismo.
Consecuencia entre otras cosas del creciente énfasis en los estudios empíricos,
se asumen como supuestos básicos, como fundamentos pre-teóricos respecto a la
naturaleza de los procesos histórico sociales, algunas de las cuestiones
primordiales que deberían ser motivo de reflexión crítica.
Las transformaciones en la escuelas de
economía han sido particularmente notorias. El acotamiento de “lo económico”,
como campo de estudio de una rigurosa disciplina científica objetiva, y el
creciente énfasis en la cuantificación desconectan a la economía de las
tradiciones reflexivas, y la convierten en una disciplina de orientación
básicamente instrumental. El creciente formalismo que se ha instaurado en los
análisis de la democracia en el continente y el progresivo desprendimiento de
la idea de democracia de toda noción substantiva y normativa son igualmente
ilustrativos de los desplazamientos que ocurren en la actualidad en las
ciencias sociales del continente(Lander, 1997). Un indicador puntual, pero
significativo, con potenciales repercusiones amenazantes para la posibilidad de
un pensamiento más autónomo, son los modelos de evaluación de las universidades
y de los investigadores que se generalizan a partir de la experiencia mexicana.
Subyacen a la mayor parte de estos sistemas criterios “universalistas” de
acuerdo a los cuales la producción de las universidades del continente debe
tener como referente de excelencia a la ciencia de los países más “avanzados”.
Expresión de esto es la ponderación privilegiada que se le da a la publicación
en revistas extranjeras especializadas en estos sistemas de evaluación. Bajo el
manto de la objetividad, de hecho, se está afirmando que la creación
intelectual de los científicos sociales de las universidades latinoamericanas
debe regirse por las demarcaciones disciplinarias, regímenes de verdad,
metodologías, problemas y prioridades de investigación de las ciencias sociales
metropolitanas, tal como estos se expresan en las políticas editoriales de las
más prestigiosas revistas en cada disciplina. La evaluación estrictamente
individualizada, en base a criterios de productividad. parecería estar
expresamente diseñada para obstaculizar las dinámicas de trabajo colectivo y
reflexiones abiertas, sin presiones inmediatas de tiempo y financiamiento,
requeridas para repensar los supuestos epistemológicos, interpretaciones
históricas y formas actuales de institucionalización del conocimiento de lo
histórico-social.
Neoliberalismo y postmodernidad y
teorías postcoloniales
Son dos las influencias teóricas
preponderantes en las ciencias sociales latinoamericanas actuales: el
neoliberalismo y la postmodernidad. Desde el punto de vista de las tensiones a
las cuales se ha hecho referencia, el neoliberalismo tiene contenidos unívocos.
Es una reafirmación dogmática de las concepciones lineales de progreso
universal y del imaginario del desarrollo. Asume a los países centrales como
modelo hacia el cual hay que dirigirse inexorablemente. Se refuerzan aquí las
miradas coloniales que sólo reconocen como sujetos significativos a los
portadores de proyectos modernizantes: los empresarios, los tecnócratas, los
vecinos de clase media, los habitantes de la mitológica sociedad civil. La
indiferencia ante los Otros, que no encuentran lugar en esta utopía de mercado
y democracia liberal, delata la permanencia del racismo fundante del
pensamiento colonial. Han sido retomados con renovado entusiasmo los supuestos
más funestos de la sociología de la modernización. Desde el patrón de
referencia del imaginario de lo “moderno”, toda diferencia se convierte en un
obstáculo a ser superado. Las nociones de equidad y autonomía adquieren la
connotación de lo arcaico, lo obsoleto. En esta radicalización del
universalismo desaparece toda especificidad histórica. Los expertos de los
organismos financieros internacionales pueden saltar de país en país e
indistintamente asesorar a Rusia, Polonia o Bolivia en las virtudes del
mercado. La economía es una ciencia, los lugares, la gente, las costumbres en
la cuales ésta opera son un accidente de menor importancia ante la
universalidad de sus leyes objetivas.
Es otro el potencial de la
postmodernidad. A diferencia del carácter monolítico de las formulaciones
teóricas neoliberales, los efectos de la postmodernidad en los problemas
destacados en este texto han sido ambiguos. Esta abarca una amplia gama de
perspectivas, propuestas de método y sensibilidades que ofrecen tanto amplias y
ricas potencialidades, como nuevos obstáculos y riesgos para la meta de
repensar el continente.
Las corrientes principales del
pensamiento postmoderno (y su recepción en el continente) no han sido capaces
de escapar los límites de la narrativa eurocéntrica occidental en la cual está,
en lo esencial, ausente la incorporación del efecto de la experiencia imperial
y colonialiv. De acuerdo a Gayatri Chakravorty Spivak, algunas de las críticas
más radicales que se originan en el Occidente en la actualidad son el resultado
de un deseo de conservar al “sujeto de Occidente o al Occidente como sujeto”,
al pretender que éste carece de “determinaciones geopolíticas” (1994, p. 66).
Explorando las posiciones de Foucault y Deleuze, concluye que sus aportes están
severamente restringidos por el hecho de ignorar tanto la violencia epistémica
del imperialismo, como la división internacional del trabajo. Argumenta Spivak
que al asumir la versión del Occidente autocontenido, se ignora su producción
por el proyecto imperialista (1994, p. 86). En estas visiones la crisis de la
historia europea
asumida como universal
, se convierte en la crisis de toda
historia. La crisis de los metarelatos de la filosofía de la historia, de la
seguridad en sus leyes, se convierte en la crisis de todo futuro. La crisis de
los sujetos de esa historia es la disolución de todo sujeto. El desencanto de
una generación marxista que vivió en carne propia el derrumbe político y
teórico del marxismo/socialismo y sufrió existencialmente el trauma del
reconocimiento del gulag, son convertidos en escepticismo universal y en el fin
de los proyectos y de la política, justificadora de una actitud cool de no
compromiso en la cual está ausente la indignación ética ante la injusticia. En
reacción al estructuralismo, economicismo y determinismo, se enfatizan los
procesos discursivos y de creación de sentido tan unilateralmente que
desaparecen del mapa cognitivo las relaciones económicas y toda noción de explotación.
La crisis de los modelos políticos y
epistemológicos totalizantes conduce al retraimiento hacia lo descentrado, lo
parcial, lo local, haciéndose opaco el papel que en el mundo contemporáneo
desempeñan poderes políticos, militares y económicos centralizados. La Guerra
del Golfo no pasa de ser un gran simulacro, un espectáculo televisivo. Lo que
está en crisis para estas perspectivas no es la modernidad, sino una de sus
dimensiones constitutivas, la razón histórica (Quijano, 1990). Su otra
dimensión, la razón instrumental, el desarrollo científico-tecnológico sin
límite, el pensamiento tecnocrático y la lógica universal del mercado, no
encuentran aquí ni crítica ni resistencia. La historia continúa existiendo sólo
en un sentido limitado: a los países subdesarrollados todavía les queda un
trecho por recorrer para llegar a la meta en la cual los aguardan los ganadores
de la gran carrera universal hacia el progreso. Poco parece importar el hecho
de que muchos
quizás la mayoría de los habitantes de
la tierra
no podrán llegar esa meta, dado que los
patrones de consumo y niveles de bienestar material de los países centrales
sólo son posibles como consecuencia de una utilización absolutamente
desproporcionada de los recursos y de la capacidad de carga del planeta. No
recogen estas opciones las potencialidades inmensas del reconocimiento de la
crisis de la modernidad, que abren posibilidades de formas radicalmente
diferentes de pensar al mundo, si entendemos la este momento histórico como
crisis de las pretensiones hegemónicas del modelo civilizatorio occidental. Son
otras las consecuencias de una interpretación que reconozca que no son los
procesos históricos los que se agotan, sino la fantasmagórica historia
universal imaginada por Hegel.
Serían otras las implicaciones para el
mundo no occidental, y para los sujetos subordinados, excluidos, negados en
todo el planeta, si el colonialismo, el imperialismo, el racismo, el sexismo,
no fuesen pensados como lamentables subproductos de la modernidad europea, sino
como parte de sus condiciones de posibilidad. Es otra la mirada que le podemos
dar a la llamada crisis del sujeto si asumimos que el extermino de los
“nativos” y la esclavitud transatlántica, la subordinación y exclusión del
Otro, no fueron sino la otra cara, el espejo necesario para la construcción del
sí mismo, condición y contraste indispensable para la constitución de las
identidades modernas. No recogen estas opciones las potencialidades inmensas
del reconocimiento de la crisis de la modernidad, que abren posibilidades de
formas radicalmente diferentes de pensar al mundo, si entendemos la este
momento histórico como crisis de las pretensiones hegemónicas del modelo
civilizatorio occidental. Son otras las consecuencias de una interpretación que
reconozca que no son los procesos históricos los que se agotan, sino la
fantasmagórica historia universal imaginada por Hegel. Serían otras las
implicaciones para el mundo no occidental, y para los sujetos subordinados,
excluidos, negados en todo el planeta, si el colonialismo, el imperialismo, el
racismo, el sexismo, no fuesen pensados como lamentables subproductos de la
modernidad europea, sino como parte de sus condiciones de posibilidad. Es otra
la mirada que le podemos dar a la llamada crisis del sujeto si asumimos que el
extermino de los “nativos” y la esclavitud transatlántica, la subordinación y
exclusión del Otro, no fueron sino la otra cara, el espejo necesario para la
construcción del sí mismo, condición y contraste indispensable para la
constitución de las identidades modernas.
Son estas lecturas las que desde
diversas partes del mundo realizan en forma muy heterogénea los estudios
subalternos (Guha y Spivak, 1988); el análisis del discurso colonial y la
teoría postcolonial (Spivak, 1988; Williams y Chrisman 1994); el afrocentrismo
(Asante, 1987 y 1992; Diop, 1974 y 1981). Se transciende en estas
interpretaciones la noción eurocéntrica de la crisis de la modernidad y se
exploran otros espacios, aparecen otras voces, historias y sujetos que no
tenían cabida en el proyecto occidental universalizante. Estas vertientes
teóricas comparten con las posturas postmodernas algunas preocupaciones y
énfasis metodológicos como la crítica al determinismo y al economicismo, la
centralidad tanto del estudio de los procesos culturales y simbólicos, como del
análisis de los discursos y las representaciones. Igualmente algunos autores
considerados fundantes de las vertientes postmodernas
particularmente Foucault
han tenido una significativa influencia
en algunas de estas posturas que globalmente podrían ser caracterizadas como
postcoloniales. Es este el caso, por ejemplo, de una de las obras seminales de
estas perspectivas, El Orientalismo, de Edward Said (1979).
Se presentan aquí algunas disyuntivas y
opciones de estrategia intelectual en relación a las formas en las cuales deben
ser abordados, desde el pensamiento social latinoamericano, los retos que
plantea la crisis de la modernidad. En vista de que, como dice Said: “Ha
llegado un momento en nuestro trabajo en el cual ya no podemos ignorar los
imperios y el contexto imperial de nuestros estudios.” (Said, 1993, p. 6), es
indispensable interrogarse sobre la medida en que las perspectivas teóricas
postmodernas ofrecen un marco de referencia adecuado para transgredir los
límites coloniales de los saberes modernos.
Los asuntos a los cuales se refieren
las propuestas postcoloniales han sido formulados y retomados en diferentes
momentos de la historia del pensamiento social latinoamericano en este siglo.
(Martí, 1987; Mariátegui, 1979; Fals Borda, 1970; Retamar, 1976)v. Ha habido un
extraordinario desarrollo en los últimos lustros asociado a la revitalización
de las luchas de los pueblos indígenasvi. Y sin embargo, paradójicamente, es
ésta una preocupación relativamente marginal en el mundo académico fuera de la
antropología y algunas áreas de las humanidades. La herencia de las ciencias
sociales modernas continúa siendo asumida como “lo mejor el pensamiento
universal”, que debe ser aplicada creativamente al estudio de las realidades
del continente. Consecuencia tanto de las dificultades institucionales y de
comunicación, como de las orientaciones universalistas prevalecientesvii
(¿colonialismo intelectual? ¿cosmopolitanismo subordinado?), existe hoy en la
academia latinoamericana poco diálogo con la vigorosa producción intelectual de
la India, de muchas regiones de África y de académicos de estas regiones que
están residenciados en Europa o los Estados Unidos. Los puentes más efectivos
entre estas tradiciones intelectuales está siendo ofrecida hoy por
latinoamericanos que trabajan en universidades norteamericanas (Escobar, 1995;
Walter Mignolo, 1996a y 1996b; Coronil, 1996).
En América Latina, como en el resto del
mundo, la creación artística y literaria y los estudios culturales no han
estado amarrados por los sesgos impuestos por los moldes disciplinarios y
regímenes de verdad de las ciencias sociales. Han sido por ello, mucho más
permeables a la diversidad y la posibilidad de miradas no coloniales sobre este
continente. Constituyen hoy un espacio particularmente rico desde los cuales
asumir los retos de abrir e impensar las ciencias sociales que nos formula
Immanuel Wallerstein (1991).
Poscriptum: El informe Gulbenkian
El informe Gulbenkian (Wallerstein,
1996) realiza un aporte fundamental a esta discusión al contextualizar tanto
temporal como espacialmente el proceso de constitución y consolidación
institucional de las disciplinas de las ciencias sociales, tal como hoy las
conocemos. Es necesario, sin embargo, ir más allá y explorar todas las
implicaciones que tiene para el conocimiento del mundo de hoy el hecho de que
esas disciplinas fuesen establecidas de esa manera.
Como señala dicho texto, las ciencias
sociales modernas se desarrollaron en Inglaterra, Alemania, Francia, Italia y
los Estados Unidos, y se ocupaban de “describir la realidad de esos mismos
cinco países” (Wallerstein, 1996, p. 23). Del hecho de que el resto del mundo
fuese segregado a ser estudiado por otras disciplinas
la antropología y el orientalismo
(Wallerstein, 1996, pp. 23-28), no es
posible concluir, sin embargo, que esos otros territorios, culturas y pueblos
no estuviesen presentes como referente implícito todas las disciplinas. La
separación entre los estudios de los euro-norteamericanos y los otros se hace
sobre el supuesto de diferencias esenciales entre unos y otros. El problema que
plantea el eurocentrismo de las ciencias sociales no es sólo que sus categoría
fundamentales fueron desarrolladas para unos lugares y luego fueron
posteriormente utilizadas más o menos creativa o rígidamente para el estudio de
otras realidades. De ser así, bastaría con un conocimiento local, nativo
latinoamericano
para superar sus límites. El problema reside
en el imaginario colonial a partir del cual construye su interpretación del
mundo, imaginario que ha permeado a las ciencias sociales de todo el planeta
haciendo que la mayor parte de los saber sociales del mundo periférico sea
igualmente eurocéntricoviii. En esas disciplinas se naturaliza la experiencia
de las sociedades europeas: su organización económica
el mercado
es la forma “natural” de la
organización de la producción, corresponde a “una psicología individual
universal” (Wallerstein, 1996) p. 20); su organización política
el Estado europeo
es la forma “natural” de la existencia
política.
Los diferentes pueblos del planeta
están organizados según una noción del progreso en sociedades jerárquicamente
más avanzadas, superiores, modernas, y otras sociedades más atrasadas,
tradicionales, no modernas. En este sentido, la sociología, la teoría política,
y la economía no han sido menos coloniales ni menos liberales, que lo que lo
han sido la antropología y el orientalismo, en los cuales estos supuestos han
sido develados más fácilmente. Es esta la base del complejo cognitivo e
institucional del desarrolloix.
No es lo mismo asumir que el patrimonio
de las ciencias sociales es parroquial, que concluir que es colonial: las
implicaciones son totalmente diferentes. Si se trata de un patrimonio
parroquial, hay que plantearse el expandir el campo de cobertura de las experiencias
y realidades estudiadas para completar unas teorías y métodos del conocer que
son adecuadas para determinados lugares y tiempo, y menos adecuadas para otros.
Es diferente el problema que se plantea cuando concluimos que nuestro
conocimiento tiene carácter colonial y está asentado sobre supuestos que
implican procesos sistemáticos de exclusión y subordinación.
Reconocer el carácter colonial de los
saberes sociales hegemónicos en el mundo contemporáneo plantea retos más
exigentes y más complejos que lo que podría suponerse a partir de las
conclusiones del Informe Gulbenkian. Estos saberes están compleja, pero
inseparablemente, imbricados en las articulaciones del poder en el mundo
contemporáneo. El diálogo con otros sujetos y otras culturas no se logra sino
muy parcial y tímidamente mediante la incorporación de representantes de esos
sujetos y culturas otrora excluidos de la ciencias sociales. Esto supone largos
procesos de aprendizajes y socialización en determinados regímenes de verdad a
fin de los cuales puede suponer que sólo podrán darse críticas “internas” a la
disciplina. Dadas, por ejemplo, las acotaciones actuales de la economía, son
limitadas las posibilidades de formulación desde esa disciplina de alternativas
radicalmente diferentes a las formuladas por el pensamiento liberal. La
cosmovisión liberal (concepción de la naturaleza humana, de la riqueza, de
relación hombre-naturaleza), está incorporada como premisa en la constitución
disciplinaria de ese campo de conocimiento.
El logro de efectivas comunicaciones
interculturales horizontales, democráticas, no coloniales
y por lo tanto, libres de dominación,
subordinación, y exclusión
requería trascender el debate al
interior de las disciplinas oficiales de las ciencias modernas y abrirse a
diálogos con otras culturas y otras formas de conocimiento. Aquí, aparte de
rigideces epistemológicas y del inmenso peso de la inercia institucional, los
principales obstáculos son de naturaleza política: las posibilidades de una
comunicación democrática están severamente limitadas por las profundas
desigualdades de poder existentes entre las partes.
Referencias bibliográficas
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66-111.
Notas
i. Una versión preliminar de este texto
será publicada en el número especial de la revista Nueva Sociedad con motivo de
la celebración de sus 25 años.
ii. La eficacia de este orden
discursivo colonial no ha sido
evidentemente
uniforme, su hegemonía no ha estado
libre de contestación. La Revolución Mexicana es en América Latina el caso
paradigmático de la presencia de otras voces y miradas como parte de un proceso
de profunda convulsión social.
iii. Como aspecto positivo, desde el
punto de vista de los temas que aquí se discuten, destaca el hecho de que estos
nuevos contextos institucionales son mucho más flexibles que los departamentos
universitarios, predominando el abordaje en base a problemas, sobre los nítidos
deslindes disciplinarios.
iv. En palabras de David Slater, “...el
etnocentrismo occidental no termina con lo moderno, y que su presencia en lo
postmoderno requiere mucho más análisis crítico.” (Slater, 1994. p. 88). En
este trabajo Slater analiza las limitaciones eurocéntricas de algunos de los
autores más representativos del pensamiento postmoderno: Foucault, Baudrillard,
Rorty y Vattimo.
v.Para un aporte más reciente, ver: Quijano,
1992.
vi. La expresión más rica de estos
debates es la abundante colección de revistas y libros que sobre una amplia
gama de asuntos relacionados con los pueblos indígenas ha venido publicando en
Quito la editorial Abya Yala durante los últimos años.
vii. Esto es, asumir lo
occidental-liberal como lo universal.
viii. De hecho algunas del las críticas
más radicales y sólidas al eurocentrismo de las ciencias sociales están siendo
formuladas en la actualidad desde la academia de Europa y sobre todos los
Estados Unidos (Bernal, 1987; Stocking, 1987; Young, 1990 y 1995).
ix. Para un estudio extraordinariamente
rico del proceso de creación del discurso e imaginario del desarrollo en la
post-guerra, y su compleja y eficaz institucionalidad internacional, ver:
Arturo Escobar, 1995.
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